JOSÉ
ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
San Sebastián (GUIPUZCOA). Juan 3,
14-21
ECLESALIA, 14/03/12.- El evangelista Juan nos habla de
un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según
el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero
se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la
luz.
Nicodemo representa en el relato a
todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto
momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para
terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la
luz.
Según Jesús, la luz que lo puede
iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan
vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre
torturado en la cruz?
Acostumbrados desde niños a ver la
cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con
fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro
la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y
difíciles.
Sin embargo, Jesús nos está mandando
desde la cruz señales de vida y de amor.
En esos brazos extendidos que no
pueden ya abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a
los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para
acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos
sufrimientos.
Desde ese rostro apagado por la
muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y
prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas
de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la
Humanidad.
«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo
podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir.
Pero «la Luz ya ha venido al mundo».
¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del
Crucificado?.
Él podría poner luz en la vida más
desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la luz
para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco
digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al
Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la
luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su
mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.
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