JOSÉ
ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN
SEBASTIÁN (GUIPUZCOA). Juan 20,
19-31
ECLESALIA, 11/04/12.- Estando ausente Tomás, los
discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven
llegar, se lo comunican llenos de alegría: "Hemos visto al Señor". Tomás
los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo?. ¿Cómo
pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado?. En
todo caso, será otro.
Los discípulos le dicen que les ha
mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el
testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus
manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo
creo". Sólo creerá en su propia experiencia.
Este discípulo que se resiste a
creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para
llegar a la fe en Cristo resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro de
Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus
abrazos.
A los ocho días, se presenta de
nuevo Jesús a sus discípulos. Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su
planteamiento. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su
resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su
encuentro mostrándole sus heridas.
Jesús se ofrece a satisfacer sus
exigencias: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes
mi costado". Esas heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son
"signos" de su amor entregado hasta la muerte?. Por eso, Jesús le invita a
profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino
creyente".
Tomás renuncia a verificar nada. Ya
no siente necesidad de pruebas. Sólo experimenta la presencia del Maestro que lo
ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un
recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más
lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dios mío". Nadie ha
confesado así a Jesús.
No hemos de asustarnos al sentir que
brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos
salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en
confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra
confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.
La fe cristiana crece en nosotros
cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos
vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su
llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas.
"Dichosos los que crean sin haber visto".
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