5 Cuaresma (C) Juan 8,
1-11
JOSÉ
ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN
SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 13/03/13.- Según su costumbre, Jesús ha
pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza
el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a "proclamar la liberación
de los cautivos... y dar libertad a los
oprimidos". Pronto se verá rodeado por un
gentío que acude a la explanada del templo para
escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y
fariseos irrumpe trayendo a "una mujer sorprendida en adulterio". No les
preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya
condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: "La Ley de Moisés nos manda
apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?
La situación es dramática: los
fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un
silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por
todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija
suya?.
Jesús, que está sentado, se inclina
hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca
luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les
responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus
acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de
Dios.
Los acusadores sólo están pensando
en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la
perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han
de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.
Como le siguen insistiendo cada vez
más, Jesús se incorpora y les dice: "El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra". ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer,
olvidando vuestros propio pecados y vuestra necesidad del perdón y de la
misericordia de Dios?.
Los acusadores "se van retirando
uno tras otro". Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte
no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá
solemnemente: "Yo no he venido para juzgar al mundo sino para
salvarlo".
El diálogo de Jesús con la mujer
arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la
mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús.
No se siente todavía liberada. Jesús le dice "Tampoco yo te condeno. Vete y,
en adelante no peques más".
Le ofrece su perdón, y, al mismo
tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad,
sino que exige conversión. Jesús sabe que "Dios no quiere la muerte del pecador
sino que se convierta y viva".
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