JOSÉ
ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
SAN
SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
Marcos 4,
26-34
ECLESALIA, 13/06/12.- A Jesús le preocupaba mucho que
sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un
mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino
de Dios?. ¿Mantendrían su confianza en el Padre?. Lo más importante es que no
olviden nunca cómo han de trabajar.
Con ejemplos tomados de la
experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con
realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos
al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja
él.
Lo primero que han de saber es que
su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No
les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará
en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores.
Nada más.
Después de siglos de expansión
religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia
el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale
siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un
futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra
siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en
el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o
clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como
"un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las
personas.
Por eso, el Evangelio sólo se puede
sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas.
El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza
salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena
Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a
crecer algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos
momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad
cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la
receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es
buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de
Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos
sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que sólo la
fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de
nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como
inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales,
sino engendrada por él.
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