JOSÉ
ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net
San Sebastián (GUIPUZCOA). Marcos 1, 40-45
ECLESALIA, 08/02/10.- Jesús era muy sensible al
sufrimiento de quienes encontraba en su camino, marginados por la sociedad,
despreciados por la religión o rechazados por los sectores que se consideraban
superiores moral o religiosamente.
Es algo que le sale de dentro. Sabe
que Dios no discrimina a nadie. No rechaza ni excomulga. No es sólo de los
buenos. A todos acoge y bendice. Jesús tenía la costumbre de levantarse de
madrugada para orar. En cierta ocasión desvela cómo contempla el amanecer: "Dios
hace salir su sol sobre buenos y malos". Así es él.
Por eso, a veces, reclama con fuerza
que cesen todas las condenas: "No juzguéis y no seréis juzgados". Otras, narra
pequeñas parábolas para pedir que nadie se dedique a "separar el trigo y la
cizaña" como si fuera el juez supremo de todos.
Pero lo más admirable es su
actuación. El rasgo más original y provocativo de Jesús fue su costumbre de
comer con pecadores, prostitutas y gentes indeseables. El hecho es insólito.
Nunca se había visto en Israel a alguien con fama de "hombre de Dios" comiendo y
bebiendo animadamente con pecadores.
Los dirigentes religiosos más
respetables no lo pudieron soportar. Su reacción fue agresiva: "Ahí tenéis a un
comilón y borracho, amigo de pecadores". Jesús no se defendió. Era cierto. En lo
más íntimo de su ser sentía un respeto grande y una amistad conmovedora hacia
los rechazados por la sociedad o la religión.
Marcos recoge en su relato la
curación de un leproso para destacar esa predilección de Jesús por los
excluidos. Jesús está atravesando una región solitaria. De pronto se le acerca
un leproso. No viene acompañado por nadie. Vive en la soledad. Lleva en su piel
la marca de su exclusión. Las leyes lo condenan a vivir apartado de todos. Es un
ser impuro.
De rodillas, el leproso hace a Jesús
una súplica humilde. Se siente sucio. No le habla de enfermedad. Solo quiere
verse limpio de todo estigma: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús se
conmueve al ver a sus pies aquel ser humano desfigurado por la enfermedad y el
abandono de todos. Aquel hombre representa la soledad y la desesperación de
tantos estigmatizados. Jesús «extiende su mano» buscando el contacto con
su piel, «lo toca» y le dice: «Quiero. Queda
limpio».
Siempre que discriminamos desde
nuestra supuesta superioridad moral a diferentes grupos humanos (vagabundos,
prostitutas, toxicómanos, sidóticos, inmigrantes, homosexuales...), o los
excluimos de la convivencia negándoles nuestra acogida, nos estamos alejando
gravemente de Jesús.
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