Durante dos horas y media, en mitad del aguacero, "el peregrino"
bajó a los infiernos de la capital
El
obispo se limpió los zapatos embarrados en un charco. Pero los recuerdos de
aquella tarde se antojan imborrables en el recién estrenado ministerio del
arzobispo de Madrid
(Jesús Bastante).- "¿Entonces tú eres el Papa?".
Empapado hasta las orejas, con la sotana y los zapatos embarrados, Carlos Osoro no pudo menos que sonreir. "No,
no lo soy, pero si quieres puedo ser tu amigo. Me llamo Carlos, ¿y tú?".
El arzobispo de Madrid se "embarró" este sábado para visitar a los
mas pobres de entre los pobres de la capital, los habitantes del poblado de El Gallinero, con quienes compartió más de
dos horas y media en una experiencia que, como comentó después a RD, "me ha dejado tocado".
Su anfitrión, el párroco
de Entrevías, Javier Baeza, que apenas se creía
lo que estaba viendo cuando, unos días antes, "un colaborador de la
parroquia me dijo que don Carlos quería visitar El Gallinero". La cita,
prevista para el sábado -había fiesta en el poblado rumano-, estuvo a punto de
suspenderse -como la propia fiesta, porque la barriada estaba encharcada-. Pero Osoro llegó a Entrevías cerca de la una y media de la tarde.
"Me conquistó desde el principio", reconoce Baeza, quien apunta que
"uno no está acostumbrado a que lo primero que haga tu
obispo nada más verte es pegarte un abrazo y pedirte que le llames Carlos".
"Te conozco por la
prensa", le dijo el obispo al cura rojo. "Yo también a usted",
respondió Javier. "Vamos a llamarnos de tú". Y así, junto a su secretario Daniel, Pepe Díaz (el otro cura de Entrevías) y
dos voluntarios, Jorge y Marta, se subieron en la furgoneta de
Baeza. "Vivo con varios chicos, y dos de ellos son del Gallinero. Son dos
adolescentes que estaban en el coche con la música a todo trapo, y en cuanto
vino Osoro les pedí que se pasaran para atrás... pero Osoro dijo que no, que él se ponía de paquete".
"Es un hombre
absolutamente cercano a la gente", explica, todavía admirado, Javier Baeza. Durante dos horas y media, en mitad de la tormenta que
azotaba la capital de España -Osoro canceló sobre la marcha una comida que
tenía con curas "porque tenía que estar allí"-, el arzobispo de
Madrid, agarrándose las faldas de la sotana para no ensuciarse demasiado -al
final de la visita tuvo que buscar un charco para limpiar algo sus zapatos-
visitó a varias familias, en su mayoría gitanos rumanos, que
viven a diario los golpes de una sociedad injusta y sobreviven como pueden a la
ausencia de luz, agua, letrinas o la constante amenaza de las apisonadoras.
Casi un centenar de casas menos en los últimos meses.
Junto a él, en mitad de
chabolas desvencijadas, con las goteras cayendo en sus ojos, sus manos, Carlos
Osoro escuchó, y compartió, la vida y las miserias de aquellas personas.
"Mostró en todo momento un respeto espectacular por la realidad de
aquellas personas. Es uno de los pocos visitantes
de El Gallinero que no venía con ideas preconcebidas ni discursos preparados.
No le dio la charla a nadie. Escuchó, jugó con los niños, preguntó por las
dificultades en las que vivían esas personas que le invitaban a su
casa...", apunta Javier Baeza.
"No hizo ningún juicio, pero lo cierto es que se quedó un poco
descolocado", explica el sacerdote. Osoro confirma el
diagnóstico: "Es inexplicable cómo puede haber tanta pobreza
a tan pocos kilómetros del centro", suspira el arzobispo de
Madrid, quien recordó sus experiencias en la favelas brasileñas o con los
pobres de Valencia. "Pero tan cerca, y tan pobres..." Osoro preguntó
por cómo sólo existe un punto de agua, dónde estaban las letrinas -¿letrinas?-
o de dónde cogían la luz.
Uno de los momentos más
emotivos de la visita ocurrió cuando Osoro entró en un pequeño cuartucho, con
apenas dos camas. "¿Cuántos vivís aquí?",
preguntó a una joven de 33 años. "Vivimos mi marido, mi hermana,
mi madre... y mis once hijos". ¿En dos camas? "¿Y dónde
duermes?". Osoro contempló la pobreza, pero también la dignidad de
personas que cuidan de lo suyo, y de los suyos, y que reclaman respeto y
acogida. Sonrió con las bromas de sus anfitriones, y se mostró preocupado al
escuchar cómo existen tantas instituciones supuestamente implicadas para
arreglar la situación y, sin embargo, "las cosas casi no han mejorado".
"Muchos,
especialmente eclesiásticos, cuando salen de allí, critican la pobreza, pero
también la promiscuidad. Él nos reconoció que, cuando
ves la realidad de la gente, los juicios morales hay que aparcarlos un poco, y
no juzgar determinadas situaciones concretas. Como hace el Papa, por otro lado",
añade Baeza.
"Hay que estar aquí
para verlo", añade Osoro, todavía afectado por la visita, pero agradecido
por poder compartir la experiencia. Y con el compromiso de que no será la
última vez que visite El Gallinero. Y emocionado con las sonrisas de los niños, que tiraban de su cruz pectoral,
y le preguntaban dónde estaba su casa. "Algunos de ellos trapichean en la
zona de Bailén, y se lo dijeron, y don Carlos les dijo que fueran a visitarle
al Arzobispado, que preguntaran por él y que si estaba saldría y se tomarían
algo".
"¿Tú eres el
Papa?", le preguntaban los niños. "Yo les explicaba que era como el
cura de los curas de Madrid", relata Javier Baeza, quien muestra cómo
"en todo momento demostró que venía como uno más, a escuchar.
No fue dando catequesis. A mí me ganó desde el primer momento hasta
el abrazo de despedida, todavía mojados, cuando me pidió el teléfono" y
quedaron para, un día, poder celebrar con la comunidad de Entrevías.
"No quiero
establecer comparaciones, pero es la primera vez que me
encuentro un obispo que me conoce y que me escucha, que me da su teléfono y que
detiene el tiempo para estar con nosotros", explicaba Baeza al
día siguiente, en la misa de Entrevías. El compromiso de visitar la casa en la
que Javier vive con adolescentes de varias nacionalidades ya está planteado,
así como una charla reposada con los curas de Entrevías. "Tengo que ser el obispo de todos", subraya, como
un mantra, Carlos Osoro. Y Javier Baeza, el descreído Javier Baeza, se lo cree
a pies juntillas. "Porque lo he visto en El Gallinero".
No importó la lluvia,
pues los caminos están trazados, incluso en El Gallinero, para aquéllos que
quieren ser peregrinos. No cabe duda que el nuevo arzobispo de Madrid es uno de
ellos. A la vuelta, en la furgoneta, todavía impresionado por el lugar donde
viven tantas personas, tantos niños, Osoro reflexionaba sobre su última visita
al Papa Francisco, el jueves pasado en Roma. "Me preguntaba si ya tenía casa
definitiva donde vivir. ¡Cómo voy a estar, al lado de cómo está viviendo esta
gente!". El obispo se limpió los zapatos embarrados en un
charco. Pero los recuerdos de aquella tarde se antojan imborrables en el recién
estrenado ministerio del arzobispo de Madrid.
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