jueves, 28 de noviembre de 2013

Con los ojos abiertos

1 Adviento (A) Mateo, 24, 37-44
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA27/11/13.- Las primeras comunidades cristianas vivieron años muy difíciles. Perdidos en el vasto Imperio de Roma, en medio de conflictos y persecuciones, aquellos cristianos buscaban fuerza y aliento esperando la pronta venida de Jesús y recordando sus palabras: Vigilad. Vivid despiertos. Tened los ojos abiertos. Estad alerta.
¿Significan todavía algo para nosotros las llamadas de Jesús a vivir despiertos?. ¿Qué es hoy para los cristianos poner nuestra esperanza en Dios viviendo con los ojos abiertos?. ¿Dejaremos que se agote definitivamente en nuestro mundo secular la esperanza en una última justicia de Dios para esa inmensa mayoría de víctimas inocentes que sufren sin culpa alguna?.
Precisamente, la manera más fácil de falsear la esperanza cristiana es esperar de Dios nuestra salvación eterna, mientras damos la espalda al sufrimiento que hay ahora mismo en el mundo. Un día tendremos que reconocer nuestra ceguera ante Cristo Juez: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento, extranjero o desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?. Este será nuestro dialogo final con él si vivimos con los ojos cerrados.
Hemos de despertar y abrir bien los ojos. Vivir vigilantes para mirar más allá de nuestros pequeños intereses y preocupaciones. La esperanza del cristiano no es una actitud ciega, pues no olvida nunca a los que sufren. La espiritualidad cristiana no consiste solo en una mirada hacia el interior, pues su corazón está atento a quienes viven abandonados a su suerte.
En las comunidades cristianas hemos de cuidar cada vez más que nuestro modo de vivir la esperanza no nos lleve a la indiferencia o el olvido de los pobres. No podemos aislarnos en la religión para no oír el clamor de los que mueren diariamente de hambre. No nos está permitido alimentar nuestra ilusión de inocencia para defender nuestra tranquilidad.
Una esperanza en Dios, que se olvida de los que viven en esta tierra sin poder esperar nada, ¿no puede ser considerada como una versión religiosa de cierto optimismo a toda costa, vivido sin lucidez ni responsabilidad? Una búsqueda de la propia salvación eterna de espaldas a los que sufren, ¿no puede ser acusada de ser un sutil “egoísmo alargado hacia el más allá”?.
Probablemente, la poca sensibilidad al sufrimiento inmenso que hay en el mundo es uno de los síntomas más graves del envejecimiento del cristianismo actual. Cuando el Papa Francisco reclama “una Iglesia más pobre y de los pobres”, nos está gritando su mensaje más importante a los cristianos de los países del bienestar.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Acuérdate de mí

Fiesta de Cristo Rey (C) Lucas 23, 35-43
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA20/11/13.- Según el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
Las autoridades religiosas se burlan de él con gestos despectivos: ha pretendido salvar a otros; que se salve ahora a sí mismo. Si es el Mesías de Dios, el “Elegido” por él, ya vendrá Dios en su defensa.
También los soldados se suman a las burlas. Ellos no creen en ningún Enviado de Dios. Se ríen del letrero que Pilatos ha mandado colocar en la cruz:Este es el rey de los judíos. Es absurdo que alguien pueda reinar sin poder. Que demuestre su fuerza salvándose a sí mismo.
Jesús permanece callado, pero no desciende de la cruz. ¿Qué haríamos nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia?.¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?
De pronto, en medio de tantas burlas y desprecios, una sorprendente invocación: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Lucas lo propone como un ejemplo admirable de fe en el Crucificado.
Este hombre, a punto de morir ajusticiado, sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte. De su corazón nace una súplica. Solo pide a Jesús que no lo olvide: algo podrá hacer por él.
Jesús le responde de inmediato: “Hoy estarás conmigo en el paraíso. Ahora están los dos unidos en la angustia y la impotencia, pero Jesús lo acoge como compañero inseparable. Morirán crucificados, pero entrarán juntos en el misterio de Dios.
En medio de la sociedad descreída de nuestros días, no pocos viven desconcertados. No saben si creen o no creen. Casi sin saberlo, llevan en su corazón una fe pequeña y frágil. A veces, sin saber por qué ni cómo, agobiados por el peso de la vida, invocan a Jesús a su manera. “Jesús, acuérdate de mí” y Jesús los escucha: “Tú estarás siempre conmigo”. Dios tiene sus caminos para encontrarse con cada persona y no siempre pasan por donde le indican los teólogos. Lo decisivo es tener un corazón que escucha la propia conciencia.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Tiempo de crisis

33 Tiempo ordinario (C) Lucas 21, 5-19
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA13/11/13.- En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis “tendréis ocasión de dar testimonio”. Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?.
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad?. ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas?. ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?.
La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquéllos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos “recortes” en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?.
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos...). ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos?. ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista desde las comunidades cristianas?.
No hemos de olvidar que la crisis no sólo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza. ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana...?. Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Decisión de cada uno

32 Tiempo ordinario (C) Lucas 20, 27-38
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA06/11/13.- Jesús no se dedicó a hablar mucho de la vida eterna. No pretende engañar a nadie haciendo descripciones fantasiosas de la vida más allá de la muerte. Sin embargo, su vida entera despierta esperanza. Vive aliviando el sufrimiento y liberando del miedo a la gente. Contagia una confianza total en Dios. Su pasión es hacer la vida más humana y dichosa para todos, tal como la quiere el Padre de todos.
Solo cuando un grupo de saduceos se le acerca con la idea de ridiculizar la fe en la resurrección, a Jesús le brota de su corazón creyente la convicción que sostiene y alienta su vida entera: Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos son vivos”.
Su fe es sencilla. Es verdad que nosotros lloramos a nuestros seres queridos porque, al morir, los hemos perdido aquí en la tierra, pero Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo esos hijos suyos a los que tanto ama. No puede ser. Dios está compartiendo su vida con ellos porque los ha acogido en su amor insondable.
El rasgo más preocupante de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos. Este vacío de esperanza está generando en bastantes la pérdida de confianza en la vida. Nada merece la pena. Es fácil entonces el nihilismo total.
Estos tiempos de desesperanza, ¿no nos están pidiendo a todos, creyentes y no creyentes, hacernos las preguntas más radicales que llevamos dentro?. Ese Dios del que muchos dudan, al que bastantes han abandonado y por el que muchos siguen preguntando, ¿no será el fundamento último en el que podemos apoyar nuestra confianza radical en la vida?. Al final de todos los caminos, en el fondo de todos nuestros anhelos, en el interior de nuestros interrogantes y luchas, ¿no estará Dios como Misterio último de la salvación que andamos buscando?.
La fe se nos está quedando ahí, arrinconada en algún lugar de nuestro interior, como algo poco importante, que no merece la pena cuidar ya en estos tiempos. ¿Será así? Ciertamente no es fácil creer, y es difícil no creer. Mientras tanto, el misterio último de la vida nos está pidiendo una respuesta lúcida y responsable.
Esta respuesta es decisión de cada uno. ¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte como una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir?. ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la plenitud que andamos buscando ya desde ahora?.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Para Jesús no hay casos perdidos

31 Tiempo ordinario (C) Lucas, 19 1-10
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA30/10/13.- Jesús alerta con frecuencia sobre el riesgo de quedar atrapados por la atracción irresistible del dinero. El deseo insaciable de bienestar material puede echar a perder la vida de una persona. No hace falta ser muy rico. Quien vive esclavo del dinero termina encerrado en sí mismo. Los demás no cuentan. Según Jesús, "donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón".
Esta visión del peligro deshumanizador del dinero no es un recurso del Profeta indignado de Galilea. Diferentes estudios analizan el poder del dinero como una fuerza ligada a pulsiones profundas de autoprotección, búsqueda de seguridad y miedo a la caducidad de nuestra existencia.
Sin embargo, para Jesús, la atracción del dinero no es una especie de enfermedad incurable. Es posible liberarse de su esclavitud y empezar una vida más sana. El rico no es “un caso perdido”. Es muy esclarecedor el relato de Lucas sobre el encuentro de Jesús con un hombre rico de Jericó.
Al atravesar la ciudad, Jesús se encuentra con una escena curiosa. Un hombre de pequeña estatura ha subido a una higuera para poder verlo de cerca. No es desconocido. Se trata de un rico, poderoso “jefe de recaudadores”. Para la gente de Jericó, un ser despreciable, un recaudador corrupto y sin escrúpulos como casi todos. Para los sectores religiosos, “un pecador” sin conversión posible, excluido de toda salvación.
Sin embargo, Jesús le hace una propuesta sorprendente: Zaqueo, baja en seguida porque tengo que alojarme en tu casa. Jesús quiere ser acogido en su casa de pecador, en el mundo de dinero y de poder de este hombre despreciado por todos. Zaqueo bajó en seguida y lo recibió con alegría. No tiene miedo de dejar entrar en su vida al Defensor de los pobres.
Lucas no explica lo que sucedió en aquella casa. Sólo dice que el contacto con Jesús transforma radicalmente al rico Zaqueo. Su compromiso es firme. En adelante pensará en los pobres: compartirá con ellos sus bienes. Recordará también a las víctimas de las que ha abusado: les devolverá con creces lo robado. Jesús ha introducido en su vida justicia y amor solidario.
El relato concluye con unas palabras admirables de Jesús: Hoy ha entrado la salvación en esta casa. También este es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. También los ricos se pueden convertir. Con Jesús todo es posible. No lo hemos de olvidar nadie. El ha venido para buscar y salvar lo que nosotros podemos estar echando a perder. Para Jesús no hay casos perdidos.