Domingo de Ramos (A) Mateo 26,14-27,66
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, lagogalilea@hotmail.com
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
ECLESALIA, 09/04/14.- La ejecución del Bautista no fue algo casual.
Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al
profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte.
Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final
violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el
sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la
enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado
a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para
todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto
de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia
la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco
modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y
no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto
romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que
traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones.
Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su
mensaje. Se atrevió a difundirlo no sólo en las aldeas retiradas de Galilea,
sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a
todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como
un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera:
confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con
los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz,
reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su
muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser
humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad,
encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese
crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando
contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos.
En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En
él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus
hijos.
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