La Iglesia ha sido más rápida que el mundo político. Ambos estaban
hasta ayer en profunda crisis de identidad.
La Iglesia hundida en sus escándalos vaticanos y convertida en un “fósil”,
en expresión dura del teólogo brasileño Leonardo Boff, con sus iglesias
vendidas para convertirlas en salas de fiestas nocturnas y los confesionarios
en muebles bar.
Y el mundo político se encuentra perdido en una profunda crisis, no sólo
económica sino también de valores, huérfano de liderazgo, en plena revuelta
civilizatoria sin saber por donde tirar.
Ambas instituciones, la religiosa y la laica, se arrastran sin
horizontes para sus jóvenes generaciones, dando palos de ciego.
En ese panorama, la Iglesia, con sus dos mil años de historia, sus santos y
demonios, sus inquisiciones y sus mártires de la caridad, ha
conseguido encontrar un líder mundial cuando empezaba a resbalar por
el barranco de la desesperanza.
Y lo ha hecho a través de un puñado de cardenales, la mayoría
ancianos y conservadores, reunidos durante dos semanas en Roma, sin grandes
alharacas y revestidos de misterios y secreto, pero que se dieron
cuenta que el eje del mundo ha cambiado, ya no es Europa, sino que
se ha trasladado a los países emergentes. La Iglesia acabó viéndolo
y se fue a buscar el nuevo líder a las Américas.
"Me buscaron muy lejos", subrayó significativamente el papa
Francisco al aparecer en el balcón la tarde de su elección.
El papa Francisco, que sigue llamándose sacerdote y obispo, no papa, se ha
convertido, en menos de un mes al mando de la nave Iglesia, en el personaje más
en vistas del planeta, como un día lo fueron un Gandhi o un Luther King.
Con un puñado de gestos simbólicos, ha dado rienda suelta
a una auténtica revolución religiosa y política que empieza a
resonar más allá de la misma Iglesia.
¿Y el mundo político qué está esperando?
Una vez Stalin preguntó cuantos ejércitos tenía el papa de
Roma.
Hablaba de armas, pero la Iglesia es un ejército con otras armas
en sus manos, que empezaban a oxidársele: es una institución, a
pesar del peso de errores que arrastra, de las mejor organizadas del mundo, que
cuenta con la friolera de:
- un ejército de más de 1.000.000 de sacerdotes y religiosos,
- con 114.736 instituciones asistenciales en el mundo;
- 5.246 hospitales;
- 74.000 dispensarios y leproserías;
- 15,208 residencias de ancianos incurables;
- 1.046 universidades;
- 205.000 colegios;
- 70.000 asilos nido con 7.000.000 de alumnos;
- 687.282 centros sociales y
- 131 centros de personas con sida en 41 países.
Una vez el líder comunista italiano Enrico Berlinguer, que no era creyente
pero acompañaba los domingos a misa, a su mujer e hijos que si lo eran, a los
que esperaba en la puerta de la Iglesia, solía decir:“Si nosotros los
comunistas tuviésemos a un millón de mujeres y hombres, como las monjas y
religiosos católicos, con voto de obediencia y dispuestos a cualquier
sacrificio, haríamos una verdadera revolución social”.
- Y es esa revolución social la que el nuevo papa Francisco ha
empezado a llevar a cabo en la Iglesia y que el mundo político
parece incapaz de hacerla, sumergido en sus recetas de sacrificios y recortes a
los más débiles, mientras se multiplica como una cizaña maligna, la corrupción
de políticos y banqueros.
Si al mundo de hoy le falta un gran líder, capaz de devolver esperanza y
abrir nuevos horizontes a una sociedad desencantada y en ruinas, la
Iglesia parece haberlo encontrado.
Y no un líder encerrado en sus rezos, con una visión arcaica y
autoritaria de la fe, sino alguien que ha pedido a los soldados de ese ejército
hoy bajo su mando, que dejen de ser “coleccionadores de
antigüedades” y cultivadores de “teologías narcisistas” y se vayan a
manchar sus pies con el barro “de las periferias del mundo”, donde
se encuentran los más explotados por el poder.
Un jesuita que posee “racionalidad y fe”, como afirman quienes le conocen
de cerca, que además de teología ha estudiado psicología y literatura, y que al
mismo tiempo ha escogido como símbolo papal un “corazón franciscano”, puede
llegar a ser más que un mero líder espiritual de una Iglesia.
Sus antecedentes como arzobispo y cardenal de Buenos Aires y sus
primeros gestos de desapego a las apariencias y símbolos del poder vaticano
para poner su énfasis en una Iglesia que debe ser “pobre y para los
pobres”, lo están ya convirtiendo también en una referencia política
y social del mundo.
Es justamente el mundo el que está entendiendo - de ahí la perplejidad y
hasta miedo de ciertos políticos - que el papa Francisco, no es sólo un
religioso que se contentará con lavar los píes a los pobres y visitar
favelas.
Los poderosos han empezado a entender que apostar por los desheredados de la Tierra, por la escoria del mundo, por los desahuciados, no sólo para consolarlos,sino también para elevarles social y culturalmente, para despertar en ellos la fuerza de su dignidad como personas, sus derechos y su espíritu crítico, equivale a una nueva revolución mundial.
Los poderosos han empezado a entender que apostar por los desheredados de la Tierra, por la escoria del mundo, por los desahuciados, no sólo para consolarlos,sino también para elevarles social y culturalmente, para despertar en ellos la fuerza de su dignidad como personas, sus derechos y su espíritu crítico, equivale a una nueva revolución mundial.
Y que su mentor puede acabar siendo más que un mero líder
espiritual.
El papa Francisco le dice al rabino judío argentino Skorka, en su libro
Entre el cielo y la tierra que a él “le gusta la política”, concebida como
"la fuerza responsable del bienestar de la gente".
Le cuenta que cuando se encuentra con agnósticos y ateos “no les habla de
Dios”, sino que les pregunta si están dispuestos a empeñarse en la lucha contra
las injusticias perpetradas contra los más desamparados del sistema, ya que eso
le basta. “Sólo les hablo de Dios si ellos me hablan”, comenta.
A una madre que desesperada, se le quejaba, en Buenos Aires, de que su hijo
joven había abandonado la fe, el entonces cardenal Bergoglio, le preguntó:
- “¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los demás?”
- La mujer le dijo que sí.
- “Entonces quédese tranquila. Su hijo sigue creyendo en lo que debe
creer”, la consoló.
Un líder así, puede crear esperanza en unos y temores en otros, ya que está
pidiendo a una Iglesia anquilosada y en buena parte aburguesada, que salga de
la retaguardia para ir a combatir a la primera línea del frente, puede acabar
convirtiéndose en una referencia mundial de lo que el teólogo Boff llama “un
liderazgo no autoritario, de valores universales en el que lo importante no es
ya la institución Iglesia sino la humanidad y la civilización que hoy pueden
ser destruidas”.
Como un día surgieron líderes capaces de sacudir al mundo como Gandhi,
Luther King o Mandela, entre otros, es posible que a esa lista de líderes
contra la violencia y contra las discriminaciones de los diferentes, haya que
añadir pronto al papa Francisco.
Eso si le dejan actuar en paz, sin blindarle en los palacios vaticanos, que por ahora ha descartado, impidiéndole de acercarse y de escuchar demasiado a la gente.
Eso si le dejan actuar en paz, sin blindarle en los palacios vaticanos, que por ahora ha descartado, impidiéndole de acercarse y de escuchar demasiado a la gente.
En Brasil, para el viaje a Río del papa, el próximo julio, con motivo de la
Jornada Mundial de la Juventud, las autoridades le han preparado un blindaje de
750 policías civiles y militares para proteger su vida, y que le acompañarán
día y noche.
No será fácil, sin embargo, blindar del todo a un papa que ha pedido a los
sacerdotes del mundo entero que no tengan miedo de "perder la propia
vida”, si su empeño social y religioso se lo exigiera.
Jesús fue crucificado con poco más de 30 años. Los primeros cristianos,
apóstoles, obispos y papas acabaron todos mártires de su fe y de su
desobediencia al poder que les pedía que se arrodillase ante él.
El viernes santo pasado, el papa Francisco se echó en la Iglesia
de bruces al suelo en adoración no a los poderes del mundo. - Lo
hizo en señal de fidelidad a aquel Jesús que predicaba que - “quien defiende la
propia vida la perderá” y que los "que se humillan serán
ensalzados".
Los cobardes, al final, son ya vivos muertos, como decía Gandhi.
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