viernes, 24 de abril de 2020

"Cuando pase el miedo de hoy volveremos a olvidarnos de Santa Bárbara"


Frases entresacadas de José Ignacio González Faus
"Cuando pase el miedo de hoy, volveremos a olvidarnos de 'santa Bárbara' como nos habíamos olvidado de crisis pasadas".
"La fe cristiana se difundió no tanto por la propaganda que hacían los cristianos sino por el impacto y las preguntas que suscitaba su modo de vivir".
"¿Tiene un hombre derecho a ser feliz en una ciudad infestada por la peste? Surge la necesidad de vincular el gozo con la gratuidad (y con la gratitud) en vez de con esa falsa meritocracia con que pretende vincularlo nuestra cultura".
"Esta crisis ha puesto de relieve que todos andamos con el ego erecto y que necesitamos eso tan indispensable que es saber convivir".
"Antes y después del coronavirus, me he vuelto pesado de repetir que la Iglesia necesita hoy tres grandes cambios: ser de veras Iglesia de los pobres, la profunda reforma de papado, episcopado y ministerio, y la unión de los cristianos".


"La cultura de hoy (sierva tantas veces de la economía) lo que nos quiere decir es: comamos y bebamos que nunca nos moriremos". Así explica el teólogo González Faus el enorme impacto que está suponiendo la emergencia sanitaria, y sus cifras de defunciones, a una sociedad que se negaba su propia fragilidad. Vamos a hablar de tecnología, de sacramentos y de la oportunidad que tiene la Iglesia de ponerse "en salida" durante la pandemia.

¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia?. ¿Está cumpliendo su función social?.
Aquí encerradito es muy difícil percibir eso. A priori se puede responder lo de siempre: una parte así y otra no. Pero los porcentajes no los sé. Buena parte de la Iglesia parece que algo ha hecho (por no decir bastante): no solo a niveles prácticos, sino, por así decir, humanos o psicológicos. He recibido comentarios agradecidos y admirados de las palabras del papa o del cardenal de Barcelona, a pesar del descontento en algunos casos por ciertos ritos (“quitar el gorro y poner el gorro al papa”, me decía una monja)…
Por otro lado, los medios de comunicación aún os regís demasiado por aquel principio decimonónico: “noticia no es que un perro muerda a un hombre sino que un hombre muerda a un perro”. Si un obispo decide infringir la más elemental ley de atención a los demás, y abrir su catedral para celebrar los oficios (y que estudien los moralistas si semejante conducta no puede llegar a ser un pecado mortal material), sintiéndose quizá como el Daniel bíblico y pensando que Dios le protegerá “de los leones”, eso será noticia. Mientras que el 95% de los obispos que se comportaron correctamente no lo será. El principio periodístico antes citado no debería valer ya hoy: porque hoy pasa por delante este otro (discutible quizá pero muy actual): “lo que no sale en los medios no tiene existencia”… Por eso hacen a veces tanto daño los medios de comunicación. En ¿Apocalipsis hoy?. He hablado más largo de esto.

¿Por qué no ha conseguido como institución visibilizar bien su lucha contra la pandemia y no ha podido ni ha intentado romper el techo de cristal de los grandes medios, especialmente las televisiones?.
Yo no creo que sea la Iglesia quien tiene que romper ese techo de cristal de los medios. Son estos los que tienen que preguntarse si quieren dar una visión de la realidad lo más objetiva posible, o si quieren hacer propaganda de su modo de pensar. La Iglesia como tal ha de pensar más en trabajar bien que en hacer propaganda de su trabajo.
Y una tarea que no debería olvidar la Iglesia es la de enseñar a convivir: no sabes la cantidad de avisos y lamentos que he recibido estos días sobre peleas familiares entre los confinados. Debemos reconocer que, por muy progres y modernos que nos creamos, no tenemos aprobada la asignatura más elemental de la vida: saber convivir, saber soportarnos, ayudarnos y respetarnos, saber ceder unas veces yo y otras tú… Por supuesto, es una asignatura muy difícil, pero también muy primaria.
Y aquí nos dan un pésimo ejemplo los políticos: el señor Casado debería saber que su misión es “controlar” al gobierno pero no “sustituir” al gobierno, que es lo que parece buscar. Nuestro presidente nos habla de un gobierno “de progreso” y luego tiene un “asesor de imagen”: curioso eufemismo que sólo significa un asesor de engaño; pero la mentira y el progreso son incompatibles. Urkullu (que suele ser de los que más me gusta cuando habla) se queja de que colaboración no es lo mismo que imposición, pero olvida que la colaboración es necesariamente lenta y en casos de urgencia hay que actuar con rapidez (imagínate un teatro que se quema y nos dicen: que no salga nadie hasta que nos hayamos reunido los responsables para acordar cómo salimos… En esos casos ha de ser uno solo el que tome las riendas y diga: estos por esta puerta y aquellos por la otra etc.). Lo urgente casi nunca es perfecto. Y ¿cómo Iglesias puede ser tan insensato como para, precisamente en estos días, hacer una proclama republicana que no hará más que obstaculizar sus propuestas sociales, tan justas como cristianas y necesarias?. No lo entiendo, y eso que me considero más bien republicano.
"El señor Casado debería saber que su misión es 'controlar' al gobierno pero no 'sustituir' al gobierno, que es lo que parece buscar. Nuestro presidente nos habla de un gobierno 'de progreso' y luego tiene un 'asesor de imagen'"
Total, creo que esta crisis ha puesto de relieve que todos andamos con el ego erecto y que necesitamos eso tan indispensable que es saber convivir. Me pregunto si la Iglesia no tiene aquí una tarea importante, porque es la que profesa una doctrina más vinculada a la convivencia: que todos somos hermanos (aunque a veces no lo parezca y se vea más aquello del hombre lobo para el hombre).
En fin: me dirás con razón que toca a los curas (o en otro caso a los psicólogos) recibir lo peor de la gente. Lo sé y también conozco otros casos bien bonitos. Pero quizá hemos de avisar de que existe eso peor de nosotros para que estemos al tanto, y para que nadie piense que él es un caso único…

¿Cree usted que la Iglesia institucional va a formar parte del nuevo contrato social que parece estarse tejiendo?.
Creo que la Iglesia no tiene que formar parte sino más bien contribuir e inspirar ese nuevo contrato social que ojalá surja. Me adhiero a las palabras del cardenal Omella (y del Vaticano II): “la Iglesia no reclama ningún privilegio sino el mismo respeto que cualquier otra institución”.

¿La crisis del coronavirus está haciendo aflorar el lado religioso de mucha gente, hasta ahora escondido o tapado?. ¿Los indiferentes religiosos volverán al catolicismo o se irán definitivamente en busca de nuevas espiritualidades?.
Toda religiosidad que encarne aquello del refrán: “solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena”, durará poco. Y ese peligro existe ahora. El poeta latino Lucrecio también escribió aquello de “timor fecit deos” (el miedo hizo a los dioses). Y esos dioses duran poco o van a dar en supersticiones ridículas con las que uno cree ganarse a los dioses. Por eso creo que, cuando pase el miedo de hoy, volveremos a olvidarnos de “santa Bárbara” como nos habíamos olvidado hoy de otras crisis pasadas. Siempre tendemos a pensar que cualquier guerra o crisis ha sido la última, nos resistimos a cambiar y cuando viene la próxima crisis nos coge de nuevo desprevenidos… Esto, que ya lo llevamos todos un poco dentro, es además indispensable para que funcione una sociedad de consumo.
Al margen de eso, hace tiempo que mucha gente estaba percibiendo que el sentido de la vida no puede ser solo consumir y consumir. Hay mucha gente en situación de búsqueda, más seria y más intensa en unos y menos en otros. Algunos de ellos, desengañados de la Iglesia, buscaron en el Oriente, como tú insinúas. Pero el peligro es que la visión occidental de las cosmovisiones (o religiones) orientales es muchas veces una visión “a gusto del consumidor” (que es el peligro de muchas religiosidades). Los más jóvenes (o una porción de ellos que no ha sido negativamente indoctrinada) participan menos de ese desengaño y parecen más abiertos a mirar algo a la Iglesia, pese a que muchos tienen miedo por el tema sexual .En cualquier caso, lo que suelo decir a los no creyentes con quienes trato es: no sé si Dios quiere que seas cristiano (o que lo seas ya hoy); lo que sí puedo decirte es que Dios quiere que saques la mejor versión humana de ti mismo. Vamos a comenzar por ahí.
Esto, sin ocultar que yo comparto la visión de Francisco de que el Evangelio es la mejor oferta que se ha hecho a la humanidad en toda su historia. Pero el mismo Jesús decía que su camino no es una autopista sino “una senda estrecha” (y curiosamente, Buda decía lo mismo con otras palabras). Asimilar esto requiere tiempo y a veces los evangelizadores somos impacientes, no sé si porque pensamos más en nuestro éxito que en el de Dios. Hoy que se está estudiando mucho al primer cristianismo, hemos ido descubriendo que la fe cristiana se difundió no tanto por la propaganda que hacían los cristianos sino por el impacto y las preguntas que suscitaba su modo de vivir.

¿El miedo a la muerte que ha recorrido el cuerpo social ha encontrado en la Iglesia sentido, consuelo y esperanza? Sin posibilidad de realizar funerales, ¿ha perdido la Iglesia el último rito de paso que le quedaba?.
El tema de la muerte es demasiado complejo y tendemos a simplificarlo mucho. Por un lado hay la lógica resistencia de la vida a desaparecer, que se da también en los animales (¿has visto cómo corre una hormiga que iba tranquilita y de pronto se siente amenazada?). Está además la muerte de los seres queridos: a mi edad estoy impresionado por parejas que conocí, que habían vivido más de 50 años tan bonitamente unidos, y de repente uno de los dos se queda solo: la sensación de haber perdido aquello que Horacio llamaba “dimidium animae meae” (la mitad de mi alma), debe ser horrible.
Está también la pregunta, que todo el mundo lleva dentro, de qué puede haber después: porque por muy seguro que uno esté de sus convicciones, hasta que no se tiene la prueba experimental, siempre hay espacio para la duda. Está también la pregunta que dejó Camus (hoy que La peste ha vuelto a ponerse de moda): ¿tiene un hombre derecho a ser feliz en una ciudad infestada por la peste? En un blog que colgué en Religión Digital, intenté salir algo al paso de esa pregunta, completando lo dicho en otros momentos, y para que de repente no nos volvamos todos anacoretas, porque esas cosas duran poco. Allí sugerí la necesidad de vincular el gozo con la gratuidad (y con la gratitud) en vez de con esa falsa meritocracia con que pretende vincularlo nuestra cultura.
Lo que sí me parece innegable es que, si la muerte necesita como dices tú “consuelo sentido y esperanza”, solo la Iglesia puede dárselo. Quizás por eso, nuestra cultura, hostil al cristianismo, tiende a ocultarnos la muerte y hoy nos falta esa “familiaridad con la muerte” más típica de épocas pasadas. Entonces podía haber diversas reacciones: podía haber unas “danzas de la muerte” bien provocativas a veces. Francisco de Asís podía rezar: “bienvenida, hermana muerte”. Otros podían limitarse a aquello de “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Pero la cultura de hoy (sierva tantas veces de la economía) lo que nos quiere decir es: comamos y bebamos que nunca nos moriremos. Por eso ha podido ser tan fuerte el impacto del coronavirus: de repente hemos descubierto que somos muchos más frágiles de lo que creíamos.

La familiaridad con la muerte (mirada ahora desde una visión creyente) quiebra ese lenguaje habitual para cuando alguien se muere: “se ha marchado”. Como si esta tierra fuera nuestra residencia verdadera. Pero hay otra experiencia que dice: “ya ha llegado”, porque percibe que estamos aquí pasando, caminando. Prueba de eso es el impacto que te produce cuando, ya a cierta edad, alguien te dice “oye: ¡te encuentro muy bien!”. El presupuesto implícito de ese saludo es: “no tendrías que estar así”. Pero nuestra sociedad ha creado ese mito de la eterna juventud (otra vez, muy útil para el consumismo) y tenemos unas ganas enormes de tragarnos ese mito… Sería mejor que miráramos esta vida como una especie de “embarazo consciente”: lo que significa que estamos aquí “para hacernos”, no para quedarnos.
Dicho todo esto creo que lo de los funerales es más una necesidad nuestra y de nuestro duelo, que una necesidad o una baza de la Iglesia: porque, en cualquier visión que demos de ella, la muerte tiene un rasgo muy doloroso. La muerte es separación. Y eso hay que digerirlo.
Por supuesto, la Iglesia puede (¡debe!) difundir esperanza y consuelo siempre y de mil maneras. Yo he sufrido también la marcha de dos compañeros queridos en estos días (no por el virus sino por otra enfermedad) y la "pobreza" de unas exequias celebradas por diez o doce personas cuando podían haber sido multitudinarias (porque eran ambos muy populares). Te puedo decir que, en una de ellas, tuve una extraña y profunda sensación que todavía no sé formular, pero era algo así como si el difunto me hiciera ver, desde la otra orilla, lo innecesario de todos nuestros esfuerzos por darle algo a él.

¿Se ha consagrado Internet (otrora demonizado por muchos clérigos) como un gran medio de humanización y de evangelización?.
Pues no sé qué decirte. Internet, como todas las cosas nuevas que nacen pude tener su grandes ventajas y sus grandes peligros. Yo lo he visto más demonizado por algunos sociólogos que por clérigos: porque ha servido para mil manipulaciones, fake news y excesos de pasividad. Lo importante es que todos esos peligros se vayan superando.

¿Cómo será la Iglesia del postcoronavirus?. ¿Qué características tendrá?. ¿Hacia qué líneas de fondo apuntará?. ¿Afectará a las reformas del Papa Francisco?.


Antes y después del coronavirus, me he vuelto pesado de repetir que la Iglesia necesita hoy tres grandes cambios: ser de veras Iglesia de los pobres, la profunda reforma de papado, episcopado y ministerio, y la unión de los cristianos. Vuelvo a remitirte al ¿Apocalipsis hoy?, donde hay toda una parte dedicada a la reforma de la Iglesia.
La experiencia del coronavirus, si se aprovecha bien, pude ayudar a esa expresión de Francisco (que tú quieres recoger en un libro-encuesta): “Iglesia en salida” (o Iglesia como hospital de campaña). Remito a lo dicho en mi respuesta a aquella otra encuesta. Ya es famosa la frase del obispo Gaillot: “Una iglesia que no sirve, no sirve para nada”. Se la puede intensificar aún: la Iglesia como servidora de los más necesitados y de los menos servidos por este mundo tan injusto.
En cualquier caso, si sacamos lo mejor de nosotros, la experiencia del virus este puede ayudar a la reforma de Francisco, que también apunta (como todo el evangelio) a que saquemos lo mejor de nosotros. Como la parábola aquella de Lucas 12 (13-21) del “rico insensato”, la presencia constante de nuestra fragilidad hará que manejemos menos egoístamente nuestro poder.

¿Podrá seguir manteniendo su actual estructura económica, territorial y funcional?.
Eso no lo sé, la verdad. Pero creo que esta pregunta desborda el tema del coronavirus: es pregunta de nuestra hora histórica. Y hay que tener en cuenta que la iglesia del futuro será mucho más asiático-africana que europea. Como también hay que tener en cuenta que, por mucho que trabajemos por la reforma de la Iglesia, nunca podremos estar totalmente cómodos en ella: simplemente porque una institución de mil trecientos millones, es imposible que agrade del todo a cada uno de ellos, dado lo diversos que somos los humanos.

¿La pandemia ha despertado en el laicado la conciencia de su ser 'pueblo sacerdotal' y, por tanto, la exigencia de asumir ministerios ordenados?.
Aquí creo que hay problemas de lenguaje que pueden dificultar entendernos. Te digo cual es mi lenguaje: El laicado es el único pueblo sacerdotal, según el Nuevo Testamento, subrayando que es un pueblo “de toda raza, lengua, o nación”. El ministerio ordenado no es un ministerio sacerdotal: el NT nunca llama sacerdotes a los ministros de la Iglesia porque sacerdocio no hay más que uno que es el de Cristo, y de él participa por igual todo el pueblo de Dios.
En cambio, decir que el laico asuma ministerios ordenados es decir que deje de ser laico, independientemente de si es casado o célibe. El laico tiene una responsabilidad sobre la Iglesia (compartida con todos, no solo la mía individual); de eso se ha ido cobrando conciencia tras el Vaticano II en muchos sectores, y hay hoy buenos grupos de laicos admirables en este sentido. Lo que llamamos “ministerio ordenado” (responsable comunitario, cura o como quieras llamarlo, pero no sacerdote como te he dicho) es una función que, además de la responsabilidad de todo bautizado sobre la Iglesia, recibe otra misión muy importante: la de ser creador de comunidad en aquellas iglesias (o diócesis, o parroquias) a las que sirve.
Como esto también es muy largo, me permito remitirte al libro Hombres de la comunidad que, en la traducción inglesa (con mucho más acierto) titularon Builders of community: constructores de comunidad. Quizá recuerdes que ese libro me trajo algún pequeño problema con el episcopado español de entonces (1989); pequeño porque reconocían que dogmáticamente quedaba a salvo pero les creaba una “gran preocupación pastoral” por miedo a que no suscitara “vocaciones sacerdotales”. La pregunta que me quedó pendiente es si se trataba de vocaciones “según el orden de Aarón” o “según el orden de Melquisedek”…
"La cultura de hoy (sierva tantas veces de la economía) lo que nos quiere decir es: comamos y bebamos que nunca nos moriremos". Así explica el teólogo González Faus el enorme impacto que está suponiendo la emergencia sanitaria, y sus cifras de defunciones, a una sociedad que se negaba su propia fragilidad. Vamos a hablar de tecnología, de sacramentos y de la oportunidad que tiene la Iglesia de ponerse "en salida" durante la pandemia.

¿Cómo está percibiendo la sociedad española la implicación de la Iglesia y el papel que está jugando en la pandemia?. ¿Está cumpliendo su función social?.
Aquí encerradito es muy difícil percibir eso. A priori se puede responder lo de siempre: una parte así y otra no. Pero los porcentajes no los sé. Buena parte de la Iglesia parece que algo ha hecho (por no decir bastante): no sólo a niveles prácticos, sino, por así decir, humanos o psicológicos. He recibido comentarios agradecidos y admirados de las palabras del papa o del cardenal de Barcelona, a pesar del descontento en algunos casos por ciertos ritos (“quitar el gorro y poner el gorro al papa”, me decía una monja)…
Por otro lado, los medios de comunicación aún os regís demasiado por aquel principio decimonónico: “noticia no es que un perro muerda a un hombre sino que un hombre muerda a un perro”. Si un obispo decide infringir la más elemental ley de atención a los demás, y abrir su catedral para celebrar los oficios (y que estudien los moralistas si semejante conducta no puede llegar a ser un pecado mortal material), sintiéndose quizá como el Daniel bíblico y pensando que Dios le protegerá “de los leones”, eso será noticia. Mientras que el 95% de los obispos que se comportaron correctamente no lo será. El principio periodístico antes citado no debería valer ya hoy: porque hoy pasa por delante este otro (discutible quizá pero muy actual): “lo que no sale en los medios no tiene existencia”… Por eso hacen a veces tanto daño los medios de comunicación. En ¿Apocalipsis hoy?. He hablado más largo de esto.

¿Habrá que revisar la actual praxis sacramental, especialmente de la eucaristía y de la penitencia?.
Hoy cuando los temas teológicos se popularizan (lo cual es bueno), hay una tendencia casi imparable a que, cuando una opinión presenta alguna dificultad o alguna grieta, enseguida damos por absolutamente cierta la opinión contraria. Eso es propio de nuestra dificultad para vivir reposadamente en el no-saber (y me gusta recordar que Nicolás de Cusa definía a la teología como “docta ignorancia”). Por eso prefiero decirte que no sé la respuesta a las preguntas que aquí propones. Sólo puedo decir que parece claro que las nuevas tecnologías plantean problemas a la práctica sacramental tradicional y que eso habrá que estudiarlo seriamente y reposadamente.
De momento podemos defendernos con algunos principios de la teología sacramental más clásica, bastante desconocidos por los que buscan respuestas rápidas y pasar a otra cosa. Por ejemplo (te los diré en latín para que suene más rancio): “Deus non tenetur sacramentis”. Dios no está atado por sus sacramentos y puede actuar sin ellos y como le dé la gana. O “sacramenta propter homines”, que recoge algo de Jesús que vale tanto para “el sábado” de entonces, como para la economía de hoy, como para la teología: los sacramentos están hechos para los hombres, no los hombres para los sacramentos. Y el tercero es aquel tan famoso de “suplet Ecclesia”: cuando nos hemos encontrado ante un lío inesperado y hemos actuado como podíamos sin saber si bien o mal, “la Iglesia suple”: porque los sacramentos no son acto del cura sino de la Iglesia (que es el sacramento originario) representada en ellos por el ministro.
De mí te puedo decir, para ser más concreto, que en estos días he dado dos absoluciones por el móvil: en un caso no vi problema porque me pareció claro que en los actos absueltos había una falta de libertad que impedía que fueran realmente pecado grave; por tanto creo que la absolución no era necesaria y que mis palabras fueron más bien una forma de oración. En el otro di la absolución a petición expresa del interlocutor, explicándole antes, para su tranquilidad, que no es la absolución lo que da el perdón: que el perdón ya se lo ha dado Dios antes. En la absolución lo que haces es más bien recibir ese perdón de Dios reconciliándote también con la Iglesia de la que el cura es representante y a la que todos nuestros pecados dañan y afean: por eso en la primera práctica penitencial, el pecador quedaba un tiempo fuera de las iglesias, en la puerta, y el día del perdón volvía a entrar en ellas. Y cuando (porque esa práctica era muy dura) se fue generalizando la confesión privada en su forma actual, se explicaba que el cura era allí representante de la Iglesia, no representante de Dios. Por eso funcionó durante buena parte de la Edad Media el recurso de confesarse con un laico católico, cuando no había presbítero a mano. Y esa práctica no fue prohibida. San Ignacio cuenta en su autobiografía que lo hizo así antes de una batalla. Y es que, como quiso dejar claro el Vaticano II, la Iglesia es como el sacramento-fuente (el Ursakrament que decía Semmelroth), del que brotan todos los otros sacramentos.
Además, la teología tradicional enseñaba que junto a los sacramentes están también los llamados “sacramentales”: que no actuarán “ex opere operato”, pero sí “ex opere operantis”. Imagínate ahora unas monjas de clausura que se han quedado estos días sin formas consagradas, se reúnen con pan y vino, leen la Palabra y luego alguna recita el relato de la Cena, parten el pan y se pasan la copa. ¿Han celebrado misa?. No, ni lo han pretendido. ¿Han celebrado un sacramento?. Según la teología clásica no, y ellas tampoco lo han pretendido. De ningún modo han querido suplantar a la Iglesia ni a quien es su representante oficial; sólo han querido celebrar y cultivar su fe. ¿No hay aquí algo similar a lo de la confesión con un laico que te decía antes?.
Parece claro que las nuevas tecnologías plantean problemas a la práctica sacramental tradicional".
Estas monjas imaginadas no han querido celebrar ni recibir ningún sacramento. Pero pueden haber celebrado un sacramental y, a lo mejor, las ha transformado más (les ha dado más gracia) que a muchos frailes masculinos que, mecánicamente, han ido a comulgar porque ellos sí podían… ¡Dios no está ligado a sus sacramentos!.
Y, para concluir, lo que puede quedar de esta pregunta es que la teología de los sacramentos es la que menos ha evolucionado tras el Vaticano II: siguen bastante reducidos a una especie de ritos mágicos, en vez de ser como señales o símbolos o ventanas que se abren a un más-allá presente aquí, y que, además, son intrínsecamente comunitarios. Intenté poner algo de esto en marcha en un Cuaderno de “Cristianismo y Justicia” titulado Símbolos de fraternidad. Pero era sólo un comienzo.


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