II.- El hegemonismo y el imperialismo “son
tigres, pero de papel”. Los hechos del mundo actual demuestran que el futuro es
de los pueblos, y no del imperialismo.
Este avance de la lucha de los pueblos genera permanente problemas
y contradicciones al hegemonismo, achicando sus espacios de dominio y resquebrajando
los mismos cimientos del orden imperialista.
La realidad del mundo confirma punto por punto lo que nuestra
línea afirmaba en 1978: “La situación internacional es favorable para la
revolución, el proletariado y los pueblos, y se torna cada vez peor para el
hegemonismo y el imperialismo. El que los países quieran la independencia, las
naciones la liberación y los pueblos la revolución es la corriente principal de
la situación mundial y no hay fuerza sobre la tierra capaz de contenerla”.
La desaparición de la URSS es sin duda la más
importante victoria de los pueblos del mundo, de verdadero alcance histórico
para la causa de la liberación de los pueblos, del socialismo y la paz,
creando, al liberar a partidos y movimientos de lucha de la intervención y
subversión soviética, mejores
condiciones para que puedan desarrollar de forma independiente su propio camino
revolucionario.
La lucha de los pueblos asiáticos de Vietnam, Laos y Camboya
infringió una severa derrota a la superpotencia norteamericana, colocándola a
partir de entonces a la defensiva estratégica. Si Asia es hoy el nuevo centro del mundo es porque allí los
pueblos más han limitado el dominio norteamericano, y también porque es el
continente donde la revolución y el comunismo ejerce mayor influencia.
Numerosos paises y pueblos del mundo han conquistado su
independencia nacional o ganado importantes cotas de autonomía frente al hegemonismo. Ejerciendo una
influencia global creciente.
En las últimas décadas han avanzado en Hispanoamérica los Allende
y han perdido terreno son los Kissinger y Pinochet, en Asia quien está ganando
son los Ho Chi Minh y quien retrocede es el Pentágono, en África quienes
obtienen victorias son los Mandela, mientras el colonialismo y el apartheid han
sido barridos.
Un cuarto de la humanidad lo hace en países o regiones bajo la
dirección de partidos comunistas, en uno u otro grado. Detrás de todos los movimientos populares,
gobiernos progresistas o luchas de masas, encontramos a partidos comunistas
revolucionarios actuando como columna vertebral. Y la influencia del marxismo
aumenta, como referencia para los revolucionarios que buscan una alternativa al
capitalismo.
Sin embargo, el revisionismo desprecia y ataca permanentemente la
lucha de los pueblos, negando su carácter de principal elemento de transformación,
y eliminando del campo revolucionario -reducido “a Cuba y Venezuela”- a la
mayoría de países y luchas que se enfrentan y derrotan al hegemonismo, que son
calificadas de reaccionarias al encabezarla “fuerzas conservadoras”.
El revisionismo nos presenta un mundo determinado por “el avance
del capitalismo salvaje” desde “la revolución conservadora” de Reagan y Thatcher.
Y a unos pueblos, “débiles” y “solos”, que solo podríamos aspirar a minimizar
los daños de una derrota inevitable.
Esta es una visión falsa y sobre todo interesada, que conduce a
desmovilizar a los pueblos y encuadrarlos en una aceptación, como un “mal
inevitable” del dominio hegemonista.
III.- El rasgo principal de la situación internacional es el
avance de un periodo de transición entre el ocaso imperial de la superpotencia
norteamericana y la irrupción de nuevos centros de poder que exigen tratarse
como iguales con la declinante superpotencia. Un proceso abierto en 2009 y que
tiene su base en el avance de la lucha de los pueblos y países del mundo.
Desde el final de la Guerra Fría, EEUU ha sido incapaz no ya de
acabar sino de detener el avance de la rebelión de los pueblos.
Los intentos de imponer una “dictadura terrorista mundial” durante
la presidencia de Bush jr quebraron al empantanarse en la ocupación de un país
como Irak. Y, paralelamente, estalló una crisis, cuyo origen estaba en el
gigantesco atraco global impuesto desde Washington, que se extendió a todo el
campo imperialista... mientras los países independientes o con elevado grado de
autonomía mantenían su crecimiento.
-Han emergido lo que hemos calificado como “reinos combatientes”
-personificados en los BRICS-, nuevos centros de poder que ya no aceptan ser
tratados como antes por la superpotencia, exigiendo ganar presencia e
influencia global, algo que están consiguiendo a un ritmo acelerado.
China es el primero de los “reinos combatientes” y la principal
amenaza a la hegemonía norteamericana. A una emergencia económica sin
precedentes -solo comparable al crecimiento de la URSS tras la Revolución de
Octubre, con índices de crecimiento del 14% incluso en medio del crack del 29-,
une una cerrada independencia política,
y un absoluto hermetismo a la intervención norteamericana, garantizada por la
revolución de 1949. Su emergencia y su creciente influencia global es una bomba
de relojería para la hegemonía norteamericana.
Pero, a diferente nivel, India, o incluso Brasil y Sudáfrica,
países condenados por el imperialismo a la irrelevancia, han emergido como
actores globales.
Este proceso forma parte del avance creciente del Tercer Mundo, desde un Vietnam que encabeza los índices de
crecimiento mundial del PIB, a una Nigeria que se anuncia llegará en 2100 a la
élite mundial.
-Sobre esta realidad inciden otros elementos, la crisis económica
o la actual pandemia, y desde 2009 siempre lo hacen en el sentido de acelerar
el ocaso imperial y la emergencia de los reinos combatientes.
Será un periodo convulso y caótico. En el que, a medida que se profundice su
ocaso, la superpotencia estará más impulsada a dar respuestas agresivas, frente
a rivales y contra los pueblos. Y en el que ya se desarrollan alianzas antes
impensables, como la irrupción de una Turquía que mira a Rusia.
Y ya está “remodelando” el mundo. La emergencia de Asia como nuevo centro mundial se ha
multiplicado, se acelera la marginalidad de Europa, al calor del movimiento
antihegemonista, Hispanoamérica aparece como un jugador activo, o África deja
de ser el “agujero negro” de la globalización.
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