Esperando a Daniel
Cuentos para sanar
Angélica Mª Bendaña Rojas
Índice
Dedicatoria
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III
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Índice
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V
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Esperando a Daniel
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7
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I capítulo: La vida feliz
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12
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II Capítulo: Caminando por la zona gris
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22
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III Capítulo: Una luz fugaz
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28
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IV Capítulo: Perdidos en la sombra
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33
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V Capítulo: La oscuridad total
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45
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VI Capítulo: Luz de esperanza
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50
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VII Capítulo: Una vida nueva
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58
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Esperando
a Daniel
Hay un
aroma a sándalo en el aire,
el mar es azul y sereno.
el mar es azul y sereno.
Mi
corazón esta triste, pero canta…
Había
una vez unos cuadros muy muy grandes, de esos que cubren una pared de más de
cinco metros de ancho, como
los que pintó Joaquín Sorolla en la costa, al sur de Valencia.
Sus
cuadros estaban iluminados por una luz blanca y muy brillante que venía de una montaña
mágica llamada Montgó. Que según dicen:
“Une para siempre a dos almas
que se
buscan en su nombre.
Sin
importar a qué lado de la montaña se encuentren
y sin importar…que sus ojos no
se hayan visto jamás”.
Ese es el lugar que yo quiero encontrar,
un lugar donde seguramente,
Ese es el lugar que yo quiero encontrar,
un lugar donde seguramente,
se
puede ser feliz, ¿Me
ayudas Daniel?
En una parte, de uno de esos cuadros, había un dulce niño que tenía la mejor familia del mundo y que vivía rodeado de alegría. Sus días pasaban entre risas y sueños. Sueños que comenzaban con un cuento cada noche antes de ir a dormir y continuaban por las mañanas invadidas de luz que entraba por la ventana.
Cada
día, una nueva aventura, a veces entre barcos de piratas, otras veces en un
Palacio encantado con dragones temibles y a través de viajes submarinos o
desiertos áridos que escondían tesoros inimaginables.
En este
mismo cuadro - pero en otro tiempo y lugar - existía un hombre solitario y
bueno, que había sido feliz; pero que ahora se sentía vacío, viviendo de un
pasado que no entendía y no podía cambiar.
El
hombre solitario había encontrado un tesoro, pero lo perdió. Lo buscó por mucho
tiempo sin ningún resultado. Lo buscó tanto que ya no tiene fuerzas para seguir
buscando. Buscó donde podía ver porque había luz, y buscó donde estaba oscuro
porque allí podía sentir…pero nada.
Ahora
el hombre triste sabe casi exactamente dónde está su tesoro y muchas veces se
duerme imaginando cómo llegar al menos a verlo una vez más, ojalá sin tener que
perder su propia vida en el intento - porque su vida - es lo único que le
queda… a pesar de que, en los días fríos, cuando el cielo es gris… tampoco le
importa demasiado.
La vida
es como cualquiera de esos cuadros gigantes y en ellos todos somos como
pequeñas hormigas.
Tú y
yo, el hombre triste y todas las demás personas vamos caminando, pisando la superficie
del lienzo, que también es como la de la Tierra, una ciudad o un bosque.
Caminamos
todos, de aquí para allá, como en una estación de trenes, donde todos creen
saber hacia dónde van, de donde vienen y para qué. Pero la verdad es que somos
tan pequeños sobre un cuadro tan grande, con tanta luz y tantas sombras, que,
si somos honestos, vemos que no sabemos dónde estamos y por mucho que lo
planeemos y sepamos hacia dónde queremos ir, es un gran misterio, lo que nos
traerá el camino…
¿Te
imaginas estar en medio de un bosque,
bajo árboles tan altos y frondosos
que apenas puedes ver la luz del sol?
No
sabes hacia donde caminar
y no
sabes dónde comienza o termina.
Pero
quizá si pudiéramos volar en un globo aerostático
y
comenzar a subir y subir, pronto veríamos el tamaño del bosque
y
cuanto más arriba o más lejos, tendríamos una mejor perspectiva.
Por eso
a veces Daniel, cuando no entiendas algo; aléjate lo más que puedas, con la
mente y en el espacio, y camina y respira tanto
y tan
profundo como te sea posible.
Luego
tu corazón te ayudará a mirar desde más arriba y entender cosas que al
nivel del suelo son incomprensibles…
Daniel,
hay un aroma a sándalo en el aire,
el mar es azul y sereno.
el mar es azul y sereno.
Mi
corazón esta triste, pero canta, por eso mi niño,
te voy a contar un cuento.
I Capítulo
La vida
feliz
Había
una vez un principito llamado Dany. Como era un príncipe, obviamente era hijo
de un Rey
noble y
generoso y de una Reina hermosa y valiente.
Dany
amaba a sus padres los Reyes Turvasu y Lalauri y les admiraba profundamente. Su
mente estaba llena de sueños procedentes de las historias de conquistas que
recreaban juntos.
Las
batallas que el príncipe luchaba a diario bajo las sábanas de su cama antes de
dormirse, entre las cortinas por las tardes mientras sus padres descansaban
bajo la suave luz del sol que calentaba las frías habitaciones del Palacio, o
en su imaginación cada noche antes de dormir, le hacían sentir más cerca de
llegar a ser un día como su padre, el Rey.
Dany
era un niño rápido e inteligente, aunque también era un niño solitario. Tenía
dos hermanos mayores: Ruric y Katarina, con quienes pasaba muy poco tiempo,
pues vivían muy lejos del reino.
Ruric
estudiaba con los más renombrados ingenieros e inventores, para aprender a
resolver problemas físicos, medir distancias hasta las estrellas, fabricar
máquinas y utilizar nuevas tecnologías que ayudarían a que el mundo fuera un
lugar mucho mejor para todos.
Por
otro lado, Katarina era una princesa encantadora, hermosa por dentro y por
fuera, que gustaba mucho de viajar por el mundo, conocer diversas culturas y
aprender idiomas, así podía entender a otras personas y eso hacía su mundo más
amplio.
Katarina
dejaba siempre tras de sí, personas que la recordarían por mucho tiempo tanto
por la luz de su mirada como por su simpatía, amabilidad e inteligencia.
Dany
les adoraba y se sentía extremadamente feliz cada vez que sus hermanos volvían
una o dos veces en el año. Le gustaba jugar a perseguirse
con su hermano Ruric y leer libros con Katarina. Ella compraba libros para
niños, en los idiomas de los lugares que visitaba y los guardaba para aprender
y luego leerlos con su hermano pequeño, tan pronto como se reunían. A Dany le
gustaba imaginar que él también podía entender lo que ella traducía.
Ruric
solía estar muy ocupado y concentrado en sus pensamientos, mientras Dany
merodeaba a su alrededor como un gatito. Todo lo que su hermano mayor hacía le
parecía muy interesante. Su curiosidad e imaginación no tenían fronteras y
todos a su alrededor incitaban a su mente a ir más y más lejos, sobre todo su
abuela, la madre de Turvasu, Eeva- Liisa, que a pesar de no hablar el mismo
idioma que su nieto tenía la capacidad de comunicarse directamente con su
corazón.
Los
corazones hablan sin importar el idioma,
basta que te relajes y dejes que tu
alma conecte con otra alma
a través de las miradas.
Te
darás cuenta,
de que
no existe limitación posible para el amor o la amistad.
La
Reina su abuela, hablaba este idioma a la perfección, así, las miradas
cómplices y las risas ruidosas llenaban la habitación cuando abuela y nieto
estaban juntos. Dany amaba a su abuela y ella le adoraba a él.
El
pequeño príncipe, había decidido que sería un niño para siempre, porque se sentía
seguro, feliz y protegido y porque el Palacio era el mejor lugar en el mundo
que él conocía. Estaba ubicado en una parte del cuadro donde había muchos tonos
cálidos, y aunque al norte se podían adivinar las zonas oscuras, él prefería
frecuentar las brillantes, que estaban al oeste.
Le
tenían estrictamente prohibido visitar la sala del consejo, de colores grises
al noroeste del Palacio; en donde a veces se escuchaban reuniones nada
amigables que el Rey evitaba y de las que muchas veces se escabullía.
La
Reina Lalauri era además de bella, inteligente y ambiciosa, una amante de la
belleza y el arte. Era también una extraordinaria estratega que sabía cómo
manejar tanto a su gente como al enemigo. Igual que en un tablero de ajedrez,
donde la Reina ostenta su poder.
El Rey
Turvasu la amaba con locura. Podría haber dado todo lo que tenía por Lalauri y
a decir verdad alguna vez perdería el sentido de su propia vida por su causa. A
pesar de ello - el Rey - amaba aún más la paz y la simpleza de la vida. Sentía
que ya tenía todo lo que quería y necesitaba,
sabía que todas las riquezas posibles no le harían más feliz y le entristecía
que ella no pensara igual.
Lalauri
estaba siempre muy ocupada resolviendo asuntos importantes dentro y fuera del
Palacio. Inclusive la mayor parte de las conquistas realizadas la tenían a ella
a la cabeza, y hasta en la primera línea de batalla alguna vez.
El Rey
proporcionaba a su familia protección y alegría. Rodeaba constantemente a sus
hijos de magia, contándoles historias en las que Lalauri, su madre, era muchas
veces la protagonista.
Había
veces en que el Rey no podía eludir sus responsabilidades y se iba -muy a su
pesar- fuera del reino por algunos días. Cuando esto ocurría, su imaginación
era su mejor compañía. Al fin y al cabo, él era el hijo de la Reina Lalauri y
del Rey Turvasu - por lo tanto - era valiente, inteligente y fuerte como ellos.
Turvasu
había estado muy ocupado en los años anteriores. Todas sus responsabilidades,
no le habían permitido pasar con Katarina y Ruric todo el tiempo que le hubiera
gustado. Y aunque siempre hizo su mejor esfuerzo y les dio todo el
amor que había en su corazón, sabía que su propia juventud y todos esos viajes
inevitables, le habían hecho perder muchos de los mejores momentos de sus hijos
y se sentía culpable por ello.
El Rey
Turvasu era listo e intuitivo, capaz de detectar los diferentes tonos en el
lienzo y notar cómo ellos cambiaban su estado de ánimo. Aprendió a moverse de
la sombra a la luz y de la luz a la sombra estratégicamente, porque descubrió
que solo bastaba con cambiar la dirección para cambiar el paisaje y así, la
emoción.
Entrecerrar
los ojos para modificar las formas de las cosas o subir a la montaña más alta
que hubiera cerca para tener otro ángulo, entendiendo que todo tiene una
interpretación diferente dependiendo desde donde lo veamos, con que ojos y cuán
lejos o cerca estemos.
¿Has
jugado alguna vez
a ver
con los ojos entreabiertos?,
¿como
si miraras entre las pestañas?
Muchas
cosas son muy diferentes así. ¡inténtalo!
Sin
embargo, Turvasu nunca se alejó lo suficiente como para entender el cuadro
completo.
Antes
de que Dany naciera, el Rey había luchado miles de batallas, y aunque tenía
pocas cicatrices, había estado al borde de la muerte varias veces. Por muy
difíciles que fueran las cosas Turvasu nunca se dio por vencido, llevaba dentro
de su mente y su corazón la imagen de su amada Lalauri y sus hijos.
Lalauri
y Turvasu acordaron que, luego del nacimiento de Dany, él cuidaría del niño y
ella lucharía las batallas que siempre había deseado y la maternidad no le
había permitido. A pesar de ello las obligaciones del reino exigían, muchas
veces la ausencia de ambos padres.
En esos
momentos Dany extrañaba no jugar a esconderse entre los árboles del bosque, ni
escuchar cuentos en la cama antes de dormir, o esos paseos en bote a solas –
padre e hijo - en la laguna, siempre llenos de “historias para pensar”. Turvasu
y el príncipe Dany eran inseparables. Todo el reino sabía cuánto amaba el Rey a
su hijo. Lamentablemente pronto lo supieron también sus enemigos.
Cada
vez era más evidente que Dany era su talón de Aquiles - su punto más vulnerable
- sobre todo porque sus hijos mayores estaban lejos y seguros y la Reina era
valiente y tanto o más fuerte que él mismo.
El
tiempo pasaba en aparente armonía, aunque el Rey sentía una inquietud que
crecía y crecía en su interior.
La
familia real se alejó de la tensión y las obligaciones durante unas pequeñas y
felices vacaciones
fuera del reino, en las que el buen clima, el paisaje y los animales que había
en una pequeña granja cercana, se sumaban - para Dany - al placer de no tener
horarios marcados para estudiar y donde las reglas eran mucho más flexibles.
Pronto
llegó el momento de volver al palacio, a la rutina y a cumplir con las
responsabilidades pendientes. Durante el alegre y largo viaje de regreso, y
cuando faltaba poco menos de una hora para llegar, vieron humo a lo lejos,
justo en la dirección del palacio. Pronto descubrieron que, en su ausencia, el
palacio había sido saqueado y destruido casi en su totalidad.
La
Reina consideró que era una amenaza y ambos padres decidieron que debían -
urgentemente - encontrar un lugar mejor y más seguro donde vivir.
II Capítulo
Caminando
por la zona gris
Los
Reyes, Dany y su hermano Ruric que acababa de llegar, se acomodaron en el
palacio de verano, que, aunque
totalmente
inapropiado para la época invernal que se aproximaba, era bastante pequeño y
fácil de calentar, así que al menos les permitiría estar tranquilos y seguros
cuando los vientos del norte trajeran nieve y lluvia, y los días se hicieran
cada vez más cortos mientras el pequeño lago se convertiría en una perfecta
pista de patinaje.
El
otoño había traído la visita de una familia extranjera algunas semanas antes
del incendio. Los viajeros venían de Embur, un lugar aparentemente maravilloso
en cuanto a paisaje, clima y actividad cultural. A la reina le brillaban los
ojos escuchando la detallada descripción que los invitados hacían de la ciudad
de la que tanto orgullo sentían. Lalauri amaba la belleza y la vida
social en torno al arte por lo cual Embur le sonaba al paraíso.
Este
lugar lejano, desconocido y maravilloso no dejó de ocupar su mente ni de día ni
de noche incluso y a pesar de todo lo que había ocurrido, Embur parecía ser por
su seguridad el lugar ideal para una nueva vida, por ello la Reina Lalauri se
propuso conquistarlo.
Por su
parte el Rey Turvasu, pensaba en la seguridad de su familia y no entendía la
razón de una nueva guerra. Menos si se trataba de la conquista de un lugar tan
lejano que les obligara a separarse en este momento.
El
reino era enorme, sus tierras llegaban más allá de donde podían llegar sus
miradas. Turvasu pensaba que tenían muchas opciones más cercanas para estar a
salvo y mantenerse juntos.
Los
días pasaron y la tensión aumentaba, el Rey comprendió que negarse a esta nueva
encomienda podría significar perder el respeto y el amor de Lalauri para
siempre. Sentía que se desgarraba su corazón pues no vería a su familia en
largos meses que posiblemente se convirtieran
en años, y algo dentro de su ser le hacía temer que quizá no volviera a verlos
nunca más. Por eso se preparó bien para preservar su propia vida de todos los
peligros posibles e imaginables. Sabiendo que sus enemigos acechaban y que la
mejor forma de proteger a su familia era alejarse, decidió partir.
Dany y
su padre caminaron juntos, hasta el punto más alejado que el niño tenía
permitido alcanzar. El padre cogió su mano y avanzó un poco más, para que el
niño supiera que su mundo, realmente no terminaba ahí y que lo desconocido,
también podría ser bueno y seguro.
Se
despidieron en silencio, aunque sus corazones no dejaron un momento ni de
hablar ni de hacer promesas.
Desde
el corazón valiente y ahora desolado de Turvasu hasta el corazón transparente y
atemorizado de Dany, se tejió una red invisible, pero fuerte y tan flexible que
les mantendría unidos sin importar cuántos kilómetros hubiese entre ellos, ni
por cuánto tiempo fueran a estar separados.
El niño
se quedó en su nueva frontera, mientras veía a su padre alejarse, hasta
perderse en el horizonte.
Pasaron
los días uno a uno, cada vez más grises y largos, pasaron semanas eternas.
Lalauri siempre tuvo una respuesta reconfortante para Dany cuando preguntaba
por su padre, una caricia para consolarle, una idea para desviar su atención o
alguna explicación que hacía menos insoportable la espera. Sin embargo, a veces sus
palabras - lejos de ayudar - le hacían perder las esperanzas, pues podía leer
entre líneas la posibilidad de que su padre ya no volvería jamás.
La
Reina siguió al mando como siempre había hecho, dirigía y guiaba eficientemente
el funcionamiento de todo su reino desde el palacio de verano, que, al ser
menos habitual para Dany, le hacía menos dolorosa la espera porque se distraía
fácilmente con cosas nuevas por doquier.
Dany
estaba triste, pero cada vez preguntaba menos para parecer más fuerte. Un día
en el que controló sus lágrimas alguien dijo que “se estaba haciendo tan
valiente como sus padres”. Y entonces el pequeño Príncipe, dejó de llorar. Al
menos donde pudieran verlo. Mientras, las semanas largas se convirtieron en
meses.
Cuando
tengas ganas de llorar hazlo, no tiene nada de malo hacerlo
y
seguramente te sentirás mucho mejor y limpio por dentro después.
Sin
embargo, luego,
seca
tus lágrimas y sigue adelante.
El
dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional.
III Capítulo
Una luz
fugaz
Un día
en que la Reina estaba de viaje y Dany pasaba las horas entre juegos y juguetes
que le parecían cada vez más
aburridos, o se sumergía en la lectura de los libros que, durante años había
leído una y otra vez. Un veloz galope lo trajo de vuelta a este mundo y al
mismo tiempo envió lejos todos sus temores y la esperanza de ver a su padre con
vida se asomó a sus ojos.
Corrió
por las escaleras del Palacio, y para ir más rápido atravesó salones en los que
nunca había estado con la esperanza de encontrar a su padre al otro lado, en el
jardín frente al lago que estaba comenzando a descongelarse, tan lentamente
como crecían los brotes de los árboles que hasta ahora parecían muertos.
En
medio de los sirvientes de palacio y de un gran alboroto se encontró con el
recién llegado -que
no era su padre- sino que Ian, quien había partido junto a Turvasu hacía ya
mucho tiempo atrás. A pesar de no encontrar lo que esperaba Dany estaba feliz
porque sabría de su padre.
Ian
había sido uno de los más fieles y aguerridos soldados del Rey Min, padre de la
Reina Lalauri, por orden de quien había acompañado a la entonces princesa a su
nueva vida junto a Turvasu. Ian era la única persona en la que Lalauri confiaba
y se había vuelto su mayor consejero, además de un fiel guerrero al lado de
ambos Reyes.
La
felicidad del príncipe no era completa, pero al menos sabría de primera mano
cómo y dónde estaba su padre y sobre todo sabría cuándo podrían volver a verlo.
Los
sirvientes agasajaron al recién llegado, le alimentaron, le bañaron, pusieron
ropa nueva y limpia en su cuerpo cansado y le dieron comida otra vez.
Dany no
dejaba de seguirlo de una estancia en otra y se angustiaba entre bocado y
bocado que Ian daba a su comida con entusiasmo, porque tenía que esperar a que
este volviera a tragar antes
de seguir contándole sobre su padre y las batallas que ganaba una tras otra,
cada vez más lejos del Palacio. Ian decía que Turvasu era valiente, fuerte y
que se sentía orgulloso de sí mismo en el campo de batalla y por supuesto que
pensaba en Dany y Lalauri en cada segundo.
De todo
lo que Ian dijo, lo más importante fue que Turvasu había emprendido el viaje de
regreso y que solo lo retrasaba el hecho de que debía firmar todos los
documentos que aseguraran que las nuevas tierras conquistadas respetarían su
monarquía. Entonces, resulta que Ian había vuelto solo para buscar ropas
apropiadas para el Rey y por supuesto para dar la buena noticia a todos,
especialmente a la Reina Lalauri y a Dany.
Una vez
que Ian se recuperó del largo viaje, volvió a preparar su equipaje, cogió
ropajes para el Rey y propuso en privado a Dany que le acompañara a su
encuentro. Dany enloqueció de alegría, esta sería la mayor aventura de su vida.
Él sería el primero en volver a ver a su padre y podría recibir todos los
honores a su lado, en cada nueva tierra que los viera retornar.
Olvidando
sus sueños de ser niño para siempre y considerándose a sí mismo todo un hombre
a pesar de sus cortos años, se prometió a si mismo crecer y luchar junto al
Rey, todas las futuras batallas.
En el
palacio, nadie se sentía con autoridad suficiente para negarse a la decisión de
Ian de llevarse al niño. Ni siquiera la ausencia de la Reina Lalauri parecía un
motivo pues Ian era el más fiel siervo de su señora, su consejero y había
estado a la derecha del Rey de quien ahora cumplía órdenes.
Así fue
como prepararon las alforjas para el príncipe, quien lucía gallardo, valiente y
al mismo tiempo tan feliz que no podía quitar de su cara su más amplia,
inocente e infantil sonrisa. Una sonrisa que todos habían dejado de ver tanto
tiempo atrás. Esto ayudó a que creyeran que hacían bien dejándole ir al encuentro
del Rey.
Dany
corrió a su lado con la promesa de encontrarse con su padre. Galoparon al este
mientras tarareaban viejas canciones y reían.
IV Capítulo
Perdido
en la sombra
El
entorno comenzó a cambiar, había cada vez menos luces, sus ojos se adaptaban
poco a poco a la oscuridad creciente
y la frontera que el niño conocía había quedado atrás hacía mucho tiempo. De
pronto, no había más canciones, ni risas, ni paisajes conocidos.
El
galope acompasado de los caballos fue acompañado por un silencio que comenzaba
a incomodarlo. Dany sintió una especie de frío correr por su espalda y se
estremeció.
Se hizo
el silencio y por primera vez después de tanta alegría, Dany fue invadido otra
vez por el miedo de no ver al Rey Turvasu nunca más.
Sin
comprender que ocurría, qué había cambiado, miró a Ian en busca de seguridad,
pero éste respondió con una mirada fría. El alma de
Ian había desaparecido para siempre de sus ojos.
El
príncipe bajó la mirada y trató de encontrar paz y seguridad en el recuerdo de
su padre. Lo hacía cada vez que Turvasu estaba lejos y le extrañaba, pero nunca
había sido tan necesario como en la época que venía.
Su
padre, el Rey, le había dicho: “Cuando estemos separados y no estés bien,
piensa en la próxima vez en que estaremos juntos, yo haré lo mismo cuando esté
lejos de ti y necesite verme en tus ojos - así todo irá mejor - porque las
personas que se piensan al mismo tiempo en la distancia están para siempre
unidas”. Dany se sintió reconfortado, su padre le había dado - entre juegos -
muchas herramientas para la vida.
Siguió
pensando en él, porque así se sentía protegido, siguió pensando en él porque le
amaba, siguió pensando en él porque no quería olvidarle.
Dany
comenzó a repasar en su mente una a una las historias que Turvasu le contaba y
que siempre venían a su mente en el momento apropiado. De algún modo sentía que
- al menos
allí - las “luces mostraban el camino”, la forma
correcta de pensar.
El
galope lento y sin ánimo de su caballo, era lo único que rompía el terrible
silencio entre los jinetes. Dany estaba agotado y hambriento, en un camino
iluminado solo por la luz de la luna llena.
Miró al
cielo sembrado de estrellas y recordó la última “historia de pensar” que su
padre le contó un día remando en la laguna. Siempre eran historias para
discutir juntos al atardecer, las cuales ocupaban su mente por largo tiempo.
Esta, no había sido una excepción.
“…Había
una vez dos hermanos, que caminaban por unos hermosos jardines como estos, sus
nombres eran Nix y Mu…” – le había dicho su padre, mucho tiempo atrás mientras
remaban juntos en la laguna.
“…Nix
estaba usando gafas por primera vez en su vida y Mu se burlaba constantemente
de él. Llevaba días haciéndolo a solas y delante de sus amigos.
Nix,
dolido y avergonzado, le explicó que con las gafas podía leer mejor, le explicó
que su vista estaba
tan dañada que antes sin ellas, no podía reconocerle en la distancia y ahora
podía incluso ver las pequeñas pecas en sus mejillas. Le explicó que era tan
maravilloso ver, y que, aunque sus burlas tocaban su corazón y le entristecían,
sabía que seguiría usándolas.
Mu se
sintió avergonzado - sus burlas no habían ridiculizado a su pequeño hermano -
sino a sí mismo.
Caminaron
en silencio y Mu arrepentido trató de ponerse en el lugar de Nix y el pequeño
hizo lo mismo. Llegaron al patio y se sentaron en la orilla de una fuente en la
que comenzaba a reflejarse la luna, tan brillante que hubiera parecido de día
si no fuera por el cielo que estaba regado de estrellas, igual que esta noche.
Aunque
Nix y Mu, seguían en silencio, sus almas se dieron la mano. Una sonrisa tímida
dijo sin hablar: “lo siento, perdóname” y una sonrisa ancha, dijo: “te perdono
porque eres mi hermano, mi amigo y te quiero…estamos en paz”.
A veces
el corazón dice un montón de cosas
que solo puede oír otro corazón.
Aunque
a veces, algo se refleja un poquito en los ojos.
Y esto
es fantástico, porque a veces los hombres no pueden usar las palabras, a veces
no saben hacerlo,
su
corazón se oprime ante las emociones.
A veces
los hombres creen que deben ser fuertes siempre y que las emociones expresadas
en palabras
son
signos de debilidad.
Nix
comentó cuan hermoso se veía el cielo en esa noche estrellada y Mu le miró
sorprendido, pues, aunque veía el brillo de la luna sobre los jardines
interminables, así como su reflejo en la fuente, no era capaz de ver ni una
sola estrella en el cielo.
Mu se
rio ruidosamente aprovechando para liberar toda la tensión del momento
anterior, mientras un sentimiento incontrolable de ira parecía adueñarse de su
corazón nuevamente.
Nix se
quitó las gafas y se las extendió a su hermano, quien se había negado a que su
vista fuera revisada por el médico que había estado en el Palacio un par de
semanas antes.
Mu las
cogió sintiéndose sobrecogido por el miedo y la vulnerabilidad, se puso las
gafas y apretó los ojos pues entendió que no podía ver. Nix también lo
entendió, pero lo animó a mirar a través de ellas, porque su corazón era limpio
y estaba lleno de buenas intenciones.
Mu
abrió los ojos lentamente, levantó la mirada y vio por primera vez en su vida
las estrellas, vio las flores iluminadas por la luz de la luna, mejor de lo que
las veía cuando estaban iluminadas por el
sol y vio luciérnagas a su alrededor y sonrió, se puso serio y entendió que él
también necesitaba gafas.
A Dany
le hizo mucha gracia esta parte de la historia y comentó: “Que fácil es
solucionar este problema, sólo basta comprar unas gafas para Mu, luego Mu será
como Nix: feliz y bueno para siempre”.
El Rey
continuó la historia y agregó: “Desgraciadamente, Mu, lejos de sentirse feliz
al tener en sus manos una solución a su ceguera, se puso furioso. Furioso por
tener un defecto, furioso por el riesgo de que alguien lo supiera y se riera de
él como él de su hermano, furioso porque sin los “ojos de otro” nunca podría
ser lo bastante bueno, y entonces tiró las gafas al suelo y las pisó”.
- “¡Pero ahora ninguno podrá ver!” comentó Dany
entre sorprendido y angustiado.
- “Así es”, dijo el Rey.
- “¡Pero no tiene sentido!” exclamó el
niño.
- “No lo tiene” dijo Turvasu.
- “¡No me gusta esta historia!” - dijo el
niño - entre enojado y triste.
- “¿Qué harías tú si fueras Nix?” preguntó
el Rey.
- “Creo que lloraría, creo que me enojaría
mucho y no sé si le podría perdonar esta vez.”
- “¿No sentirías compasión por el niño
ciego?”.
- “¿Ciego?, ¡no dijiste que Mu fuera
ciego! Si hubiera sido ciego no podría haberse burlado, solo le fallaba un poco
la vista como a su hermano, ¿no papá?”.
- “A veces la ceguera no es solo de los
ojos, hijo”.
- “Pero ¿Por qué se enojó tanto?, ¿Por qué romper
las gafas?”
- “Porque al darse cuenta de que no podía
ver, se dio cuenta de que tampoco podía sentir. Entendió que la pureza de su
hermano pequeño no estaba en él y que para ello no había gafas posibles”.
- “¿Qué quieres decir papá?”.
- “Quiero decir” – dijo su padre, con
dolor en la mirada- “que no todos somos iguales y que por lo tanto no podemos
esperar que los demás actúen como nosotros haríamos. Y esto no significa que
seamos mejores o peores que nadie. Solo significa que nuestros ojos, no siempre
nos muestran lo mismo a todos”.
- “¡No me gusta esta historia!, ¡No
entiendo para que me la cuentas! ¿Qué tengo que aprender?, ¿Qué debo
hacer?".
- “Pienso que debes confiar en tu corazón,
solo confiar en tu corazón, porque ya sea que tus ojos estén abiertos o
cerrados, él te guiará, te mostrará las almas puras y habrá una luz diferente
que te hará sentir reconfortado cuando cojas el camino correcto. Poco a poco
sabrás reconocerlo. La propia vida te ayudará”.
El Rey
pensó que era una buena lección de vida, pero quizá el príncipe era demasiado
pequeño para abrirle los ojos de este modo. Dany guardo silencio y una semilla
de algo parecido al miedo fue sembrada en lo más profundo de su ser.
Hay
cosas que debemos aprender solos, a través de nuestra propia experiencia… y
esta era posiblemente, una de ellas.
Quienes
más nos aman -incluso por amarnos tanto y por querer protegernos- pueden hacernos daño,
sembrando en nuestra mente sus propios temores.
Si un
día ves una mariposa luchando, tratando de salir de su crisálida, acompáñala y
observa, pero no
rompas la tela del capullo por ella… esa lucha es vital para su transformación.
Ahora
esta historia volvía a su mente, porque frente a él estaba la primera persona
ciega que Dany descubriría en su vida.
Ian
creía que amaba a Dany y que quería lo mejor para él - estaba convencido de
ello - pero la verdad es que Ian tenía un corazón de mentira. No existía en él
la capacidad de amar. Él mismo no lo sabía en realidad, porque no era una
elección, era una carencia.
A veces
Ian actuaba como un verdadero segundo padre, podía decir frases perfectas y
parecía entenderlo todo. Sin embargo una vez le habían visto llorar y fue aquí,
justo aquí, al ver su mirada, cuando alguno podría haber entendido que Ian no
tenía un corazón.
Dany
comenzó a sentir que el camino que estaba recorriendo con Ian en ese momento no
estaba señalado con esa luz de la que su padre le había hablado y lamentó no
saber que tenía que hacer con esa información en ese momento.
Sólo
supo con certeza que Ian sufría de algún tipo de ceguera y que era mejor
esperar, confiar en la vida y sobre todo no hacer preguntas.
V Capítulo
La
oscuridad total
El
tiempo siguió pasando y la Reina Lalauri tampoco regresó jamás. Quizá un año
más tarde - es difícil recordar
- herido y cansado a pesar de los triunfos que le precedían, el Rey Turvasu
volvió a su reino.
Sorprendido
por la falta de algarabía, buscó a su esposa y buscó a su hijo y nadie en
palacio entendía por qué no venían juntos el Rey, la Reina y Dany.
Todos
habían creído en Ian mucho tiempo atrás y le habían confiado a Dany. Pocos días
después de su partida habían despedido también a la Reina Lalauri quien salió a
su encuentro, y un mes más tarde, recibido con alegría la noticia de que los
tres estaban juntos en Embur, ese maravilloso lugar que el Rey había ido a
conquistar para ella. Y ahora, en medio
de su propio desconcierto, tenían que explicar cosas que nunca llegarían a
entender.
El Rey
enloqueció. Al principio, le mataba el dolor por la traición de la Reina quien
lo había utilizado y manipulado para hacerle ser parte de guerras que no eran
suyas. Un dolor que se sumaba a la angustia de no saber dónde estaba su hijo y
si volvería a verlo. Su cabeza se partía tratando de entender el rol de cada uno
en esta enorme maquinación.
Entendió
que había estado rodeado de personas tan distintas a su naturaleza, a quienes -era
evidente- nunca llegó a conocer realmente.
El Rey
bebía demasiado, y luego era dominado por la rabia. Temía por Dany, mientras
veía como su amor por la Reina se convertía rápidamente en odio y desprecio.
Comprendía
que Ian era nada más que un hombre viejo, manipulado y envuelto en esta trama
por la lealtad que un día juró a la familia de Lalauri.
Y
porque carecía de muchos principios morales, que le hacían representar la cara
inescrupulosa de la Reina.
Así,
mientras su vida perdía sentido, Turvasu comenzaba a entender cosas que no eran
comprensibles y las palabras traición, engaño, manipulación, maldad… incluso
las palabras muerte y venganza encontraron un lugar e hicieron nido en su alma
destrozada. Todos estos sentimientos ayudaron eso sí, y de algún modo, a
mantener unidos los trozos, que quedaban de su corazón.
El Rey
ya no sabía contra que luchar. Ahora el enemigo era un fantasma, y la lucha
mayor era consigo mismo, para perdonarse, para tener esperanza, para seguir
vivo.
El
tiempo pasó, no hubo viaje que sirviera, no hubo amigo que pudiera ayudarle, no
hubo reino cerca o lejos que pudiera - ni con todo su poder - permitirle volver
a ver los ojos brillantes y tristes de Dany. Hasta sus más férreos enemigos
sintieron compasión de él.
Poco a
poco y una a una comenzó a perder las tierras conquistadas, y su imperio fue
desapareciendo hasta verse reducido al pequeño jardín donde un día dos hermanos
habían descubierto sus diferentes tipos de ceguera.
En los
días buenos se ponía su armadura y a veces incluso en su rostro se reflejaba la
fe. Cogía su caballo y galopaba incansable hacia donde le decía su luz
interior. Empuñaba su espada con fuerzas y sus fieles vasallos le seguían por
días interminables a ningún lugar.
Luego
le veían desfallecer. Agotado, pero sin poder detenerse en la inercia del
galope. Hambriento, pero sin capacidad de comer. Sediento, pero sin poder
tragar ni una gota de agua. Hasta desmayar.
Una vez
más le cogían para llevarlo de regreso al palacio, a sus aposentos, donde
permanecía postrado por días que a veces se convertían en semanas. Le arropaban
y le daban sopas calientes que volvían a nutrir su cuerpo. Cubrían sus llagas
con vendas llenas de ungüentos que curaban sus heridas y poco tiempo después
sus músculos volvían a recuperar la fuerza. Su piel y su pelo volvían a
brillar, pero su alma... No había nada que alimentara su alma. Nada que le
devolviera la fuerza, ni la luz.
…de
pronto el Rey se convirtió
en el
hombre triste del que te hablé…
el hombre
que había perdido su tesoro.
VI Capítulo
Luz de
esperanza
Un día
apareció una bruja, había sido guiada por su corazón. Dirigida directamente al
punto más oscuro de todo
este reino lejano. A la soledad de un Palacio descuidado, donde las flores habían
dejado de crecer y donde ni el brillo de la luna llena tenía el menor efecto.
La
bruja se enteró de la historia del “Niño Perdido”, del dolor del Rey y de la
ahora indudable traición de la Reina. De quien se decía había cambiado el
corazón puro de su Rey por el de un guerrero desalmado que amaba la gloria por
sobre todo.
La
bruja pidió albergue en el ahora ruinoso palacio de verano y observó en
silencio un tiempo prudente.
Al Rey,
se le podía ver caminando en silencio cuando tenía un buen día y salía a pasear
por los alrededores.
Todos lo amaban, pues a pesar del dolor de su alma siempre tenía una palabra
sabia y generosa para quien se cruzara en su camino. Siempre habrías de
encontrar una pequeña sonrisa en sus labios, aunque su mirada azul, triste y
profunda te mostrara el dolor que había dentro.
La
bruja, que se llamaba Sibila, tenía un corazón bueno y generoso que entendió -
en cuanto lo vio - que era un hombre roto, que no era capaz ya de ser un Rey,
que no podía abrir su corazón y mucho menos aun volver a confiar en nadie. No
en esta vida o al menos no antes de que sus ojos volvieran a verse en los de
Dany y muchas preguntas encontraran una respuesta.
Sibila
siempre escuchaba a su corazón y no tenía miedo a nada, porque había vivido
muchas vidas y se acordaba prácticamente de todas y cada una de ellas. Esto
hacía que hubiera sabiduría y compasión en sus palabras y en su mirada.
Posiblemente por ello la gente confiaba fácilmente en ella y la respetaba.
El
único problema que la bruja tenía era que, por un hechizo mal hecho muchas
vidas atrás, tenía el corazón por fuera, justo debajo de su piel, y
no protegido dentro de su pecho, por eso podía sentir cosas que los demás no, y
el dolor ajeno se volvía su propio dolor fácilmente.
El Rey
se mostró receptivo a su cercanía, a la compañía sincera y desinteresada, a su
apoyo sin compasión y su carácter aguerrido. A la bruja no le importaba en lo
más mínimo que él fuera un Rey, pues ella, no era capaz de respetar las
jerarquías que llevaba cientos de años viendo inventar a los hombres. Respetaba
eso si la transparencia y el sufrimiento que podía ver en los ojos de Turvasu.
Si la
Reina Lalauri la hubiera conocido, sin duda la hubiera expulsado del Palacio
por tanta insolencia y falta de diplomacia. Pero Turvasu era muy distinto, por
lo que fue así, como Rey y bruja se hicieron poco a poco buenos amigos.
Alguna
vez escuchó Sibila la risa sincera y bulliciosa del Rey que, sin olvidar nunca
a su hijo ni la traición vivida, comenzaba a conectarse poco a poco con la
vida. Al fin y al cabo, como ella decía: “¿cómo se sentiría Dany al saber que
él se había convertido en un muerto viviente, un hombre que ya cansado de
buscarlo, de luchar, de no encontrarlo, se había echado
a morir, en vez de preparar un buen lugar y una fiesta para su regreso? Dany
tenía que sentirse orgulloso de su padre, no sentir lástima de él”. Estas
palabras dichas en el momento justo a veces daban un buen resultado y Turvasu
recuperaba las ganas de luchar.
El Rey
y la bruja jugaban ajedrez y caminaban en silencio por las montañas. A veces
los pulmones de Turvasu, parecían no contener aire suficiente, pero poco a poco
se iba fortaleciendo - no solo su cuerpo - sino su alma.
Hablaban
hasta tarde y se imaginaban viajes, rescates, incluso raptos y venganzas,
aunque la última idea cada noche, era siempre una historia con final feliz. Así
pasaba el tiempo y cada vez con más frecuencia, el Rey se iba a dormir con los
ojos llenos de esperanza.
Sibila
tenía una imagen mental de Dany gracias a la escultura que seguía en pie frente
a la laguna del Palacio viejo. En ella se podía ver al niño con esa expresión
de plenitud y alegría que todos extrañaban tanto.
La
laguna se había secado hacía varios años. El Rey había ordenado que volviera a
tener agua cuando sus tres hijos estuvieran juntos nuevamente. Ese mismo día,
él volvería a remar con Dany.
Sibila
se comprometió en la tarea de salvar al rey de sí mismo y de recuperar al niño.
Para ello probó todos los hechizos conocidos e inventó muchos
más. Le hizo tomar caldos asquerosos para recuperar las fuerzas, tragar ojos de
insectos nocturnos para que pudiera saber dónde tenía que buscar e incluso
cortarle un trozo de uña a plena luz del sol y con una tijera de plata a un
dragón que dormía la siesta, ya no recuerdo para qué.
Uno a
uno los intentos fueron un fracaso, pero uno a uno los intentos le dieron vida
y luz al Rey. Y es que nada funcionó como debía, pero eso no significa que el
resultado no fuera bueno, porque todos y cada uno de estos esfuerzos
mantuvieron la cabeza de Turvasu ocupada, lo sacaron del “bosque” en el que
estaba sumergido y, poco a poco, mientras respiraba profundo, lo hicieron
alejarse y ver con perspectiva.
Así es
que todo este proceso fue como si se hubiera subido muy alto en un globo
aerostático, porque pudo recuperar toda esa sabiduría que siempre había estado
dentro de él, y recordar que cambiando la dirección cambiaría el paisaje y
todas esas cosas que un día él mismo le explicara a su hijo.
Poco a
poco, gota a gota su corazón comenzó a llenarse de algo que, él hubiera
asegurado “No podría ser nunca más amor”, pero que para los que mirábamos desde
fuera, nada se le parecía más.
La
mayor de las misiones y la que más ocupado tuvo al Rey fue la de los pétalos
mensajeros, que encuentran siempre al destinatario del mensaje, sin importar
donde este se encuentre. Para encontrar los pétalos mensajeros primero hay que
encontrar la montaña más alta justo a cien kilómetros de distancia de donde sea
que uno se encuentre.
La
montaña puede estar en cualquier dirección, por lo cual, encontrarla, ya es
todo un reto. Luego, sigue escalarla el tercer día del tercer mes desde la
siguiente luna llena, y esperar ahí hasta que la luna mengüe mientras al lado
izquierdo de un lago azul, aparecerá una flor casi invisible, cuyos pétalos -
mensajeros - solo pueden ser cortados en el preciso momento en que el último
rayo de luna menguante - apenas perceptible - la ilumine.
El Rey
estuvo muy ocupado, revisando todos los planos del reino, para identificar las montañas
que estaban a cien kilómetros de distancia a la redonda. Investigando en cuál
de ellas había una laguna, y reuniendo fuerzas para escalar cuando fuera el
primer día del tercer mes después de la luna llena. Y planeando el viaje, y
luego viajando, y luego escalando la montaña para llegar al lago azul, y luego
encontrar la flor, y luego coger sus pétalos con cuidado, y soñando que todo
ello traería de vuelta a un niño que ya no era tan niño, pero que para él,
siempre sería su pequeño príncipe.
Ahora,
solo faltaba que llegara el equinoccio de primavera, para que la bruja pudiera
hacer lo que fuera que tenía que hacer, con la flor que había guardado en una
pecera de cristal; en la que los cuatro pétalos que trajo el Rey se duplicaban
cada día.
VII Capítulo
Una
vida nueva
Después
de su odisea y una vez hubo depositado los cuatro pétalos en las manos de
Sibila, Turvasu cayó en un
profundo sueño.
Para
cuando el rey despertó, comió y recordó todo lo vivido, ya había dieciséis
pétalos en lugar de los que había cogido.
El Rey
sonrió, por dentro y por fuera. Hubo carcajadas y para celebrarlo cogió a
Sibila entre sus brazos y bailó con ella. Nadie escuchaba la música, pero de
acuerdo con la armonía de sus movimientos, era evidente que ambos oían la misma
melodía.
Este
día y después de tanta espera, de tanto dolor y desolación, por primera vez
brilló la luz de la esperanza, y se encendieron todas las luces que muestran el
camino correcto.
Y el
siguiente día había treinta y dos pétalos, y el siguiente sesenta y cuatro, y
esto llenaba de ilusión a todos en el palacio, quienes siempre encontraban
algún pretexto un par de veces al día, para visitar el laboratorio de Sibila y
ver como se producía el milagro, mientras contaban los días, ya no para el
equinoccio, sino para la llegada de Dany.
Porque
cuando una persona en la tierra
desea algo fervientemente,
y el
cielo está de acuerdo,
ese algo tiene que suceder…
es solo cuestión de tiempo.
La
pecera estaba repleta, faltaban solo horas para el equinoccio y todos pasaron a
ver por última vez la magia que llevaba días repitiéndose.
Turvasu
fue el último visitante antes de que Sibila cerrara su laboratorio con llave y
se fuera a dormir. Pero dormir, fue lo único que no hizo porque desde que los
pétalos comenzaron a reproducirse a voluntad y ella supo que todo iba bien, su
mente se bloqueó y no tenía ni idea de que debía hacer cuando llegara el
equinoccio.
Había
pasado días y noches revisando libros de hechizos y nada, así que ahora que
faltaban pocas horas para que amaneciera y con la presión de la gran
responsabilidad que caía sobre sus hombros, trató de dormir, con la esperanza
de recibir entre sueños la información de ¿Qué debía hacer para traer
definitivamente al príncipe Dany de vuelta a casa?
Por fin
se durmió, mientras pensaba en el niño, en el Rey y en cuan buena sería la vida
cuando estuvieran juntos otra vez.
Despertó
exaltada, porque tuvo un sueño en el que veía exactamente lo que debía hacer.
Feliz bajó corriendo al laboratorio tratando de recordar
lo que decía la voz en su cabeza. Cuando abrió la puerta, no pudo creer lo que
veía.
En ese
preciso momento la pecera caía al suelo mientras miles de cristales volaban por
los aires como estrellas fugaces y una especie de tornado se dirigía hacia la
ventana.
A causa
del ruido de los cristales cayendo al suelo, todos llegaron corriendo. No
habían podido dormir y merodeaban a la espera de que ella volviera al laboratorio.
Se quedaron sin palabras al ver el vórtice de un tornado saliendo por la
ventana.
Sibila
escuchó en su mente: “Tu corazón ha vuelto a casa”, y aunque no entendió lo que
significaba, se sintió feliz. Sin embargo ahora lo único importante era saber
que estaba pasando fuera. Así, todos corrieron tras ella en dirección al
jardín.
Allí
encontraron al Rey que había pasado toda la noche fuera, contemplando el cielo
y las estrellas y soñando despierto con Dany y la nueva vida, la laguna llena
de agua y peces, su bote y las conversaciones largas.
Se
imaginaba a Sibila en alguna de ellas, porque ella siempre podía decir algo
gracioso que quitaba tensión a la absurda etiqueta que imponía la realeza y
sabía que les ayudaría a ser solo padre e hijo.
Cuando
todos llegaron a su lado, un nuevo Rey, luminoso y sonriente les explicó que,
junto al primer rayo de sol, un pequeño tornado había salido por una ventana
del Palacio. Se había hecho cada vez más grande y había subido cada vez más
alto hacia el norte, y en la distancia se había dividido en dos y cada tornado
nuevo en dos otra vez y así hasta que sus ojos los perdían de vista.
Explicó
que cuando volvió a mirar al palacio, un nuevo tornado comenzaba a salir por la
ventana del laboratorio, y como el anterior, se hacía más y más grande, y
volaba esta vez al noroeste, y el siguiente al este, y el siguiente al suroeste
y al sur y al sureste y al este y al noreste como si fueran las agujas de un
reloj que tenía su centro en el palacio.
Cada
uno crecía y se dividía en dos y en dos otra vez, como para alcanzar todos los
posibles lugares del planeta, y el Rey supo que los pétalos mensajeros
encontrarían a Dany, y lo traerían de vuelta.
Turvasu
recordó a Lalauri, la perdonó y se perdonó a sí mismo. El resentimiento ya no
tenía cabida en él, pues había recuperado toda su nobleza.
Se
quedó sentado allí, con el corazón lleno de gratitud, de vida, de compasión, de
paz y de amor… Se quedó en silencio como tantas veces mirando al horizonte, a
esperar, a esperar.
A
muchos kilómetros de distancia, Larauri también había pensado en él, cuando
temprano al amanecer, vio los tornados que parecían venir de su antiguo hogar.
Ella
seguía siendo una mujer inteligente y entendió de inmediato que este era un
llamado desesperado de Turvasu a su hijo. Recordó con melancolía el amor que
una vez los unió y el vínculo inquebrantable que había entre su hijo y el Rey.
La
Reina despertó a Dany para que viera el cielo, lleno de tornados que se
esfumaban poco a poco señalando muy claramente su origen a muchos kilómetros de
distancia.
Se
quedaron juntos en silencio. El niño la miró, preguntando sin palabras y ella
le miró, respondiendo: “Sí”, y lo besó en la frente, dándole su bendición.
Dany
entendió de inmediato. Besó a su madre con gratitud y corrió por las escaleras
hasta el establo.
Cogió su caballo y comenzó a galopar a toda velocidad, siguiendo el origen de
los tornados. El momento del reencuentro había llegado.
En
medio de estos pensamientos que abrigaban su corazón, Dany sintió de pronto,
que conocía los caminos. Los colores, los sonidos y hasta los olores a su
alrededor le eran familiares. Su corazón comenzó a reír a carcajadas. A lo
lejos un Palacio y cada vez más cerca, su padre.
Tras
dos largos días de viaje, el atardecer lo llevó de vuelta al pasado, al día en
que su padre cogió su mano por última vez y lo instó a avanzar un poco más allá
del límite que él conocía, para que supiera que el mundo no terminaba allí, y
que lo desconocido también podría ser bueno y seguro.
Dany
recordó la última vez en que habían estado juntos, cuando desde el corazón
valiente y desolado de Turvasu hasta el corazón transparente y atemorizado de
Dany, se había tejido una red invisible, pero fuerte y tan flexible que les
mantuvo unidos sin importar cuantos kilómetros o cuanto tiempo les había
separado.
Sibila
estaba feliz, entendió que por fin había encontrado su lugar, así como su
corazón que volvía a estar dentro de su pecho. Se acercó a Turvasu quien cogió
su mano y miró a sus ojos oscuros con amor y gratitud.
Juntos
esperaron en silencio, juntos vieron la silueta de Dany en el horizonte, juntos
le recibieron. Al fin los ojos del príncipe, que ya no era un niño se vieron en
los del Rey, que ahora era solo un padre. Su padre.
Y la felicidad
calló desde el cielo hecha semillas y fueron sembradas por todos los jardines,
mientras una lluvia suave que no mojaba daba al paisaje un ambiente mágico.
Las
plantas crecieron grandes y por muchas generaciones llenaron los corazones de
los que vivieron allí, de los que pasaron caminando cerca, de los que
escucharon este cuento y de los que no pierden la fe.
Daniel,
las
estrellas se están despertando, mi alma se siente aliviada.
Quisiera
que estuvieras
al
alcance de nuestros brazos y darte un beso de buenas noches
antes
de ir a dormir.
Sólo
nos queda esperar que el tiempo,
el amor
inagotable o un tornado de bruja
te
traigan un día de regreso.
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Autora: Angélica Mª Bendaña Rojas
Vídeo del libro: https://www.facebook.com/angelica.bendana/videos/10216675713341501/
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