¿Por qué una Escuela en la que vamos a estudiar los acontecimientos que se suceden desde 1977 a 1981, y que determinaron el desarrollo de la transición, lleva por título “La segunda reconducción”?.
La primera etapa de la transición, que culmina en los primeros meses de 1981, está delimitada por la eliminación violenta de dos presidentes del gobierno. El primero, Carrero Blanco, cuyo asesinato en 1973 se puede considerar el preludio de la transición, al e liminar al que estaba llamado a ser sucesor del régimen franquista. El segundo, Adolfo Suárez, al que se fuerza a dimitir días antes del golpe del 23 de febrero.
¿Por qué durante la transición se hace necesario apartar violentamente, no una sino dos veces, a quien encabeza el gobierno?.
En 1973, tal y como plantea nuestra línea, “el sector hegemónico de la oligarquía financiera, ligado por estrechos vínculos económicos al imperialismo norte americano y bajo la orientación política y apoyo de su Estado Mayor (el Pentágono) emprende el proceso de transformación del Régimen Fascista en un Régimen Democrático Burgués y la consolidación del mismo”.
La figura de Carrero Blanco, empeñado en defender “un franquismo después de Franco”, es un obstáculo para los planes de Washington y los nódulos de la oligarquía. Con su desaparición física, imponen una reconducción de la vida política española que busca un doble objetivo:
- En primer lugar, reforzar la posición de EEUU en el llamado “vientre blando de Europa”, reconvirtiendo -en Grecia, Portugal y especialmente en España- unos regímenes fascistas muy rentables en el pasado pero ya decrépitos e incapaces de contener el avance de la lucha popular.
- En segundo lugar, multiplicar la capacidad de intervención del imperialismo norteamericano en España, dotándose de un nuevo régimen más dependiente, en el que -como había sucedido en todas las “democracias europeas” tras la IIª Guerra Mundial- Washington ejerciera un papel central desde su misma fundación.
En la primera reconducción, ETA fue el brazo ejecutor que eliminó a Carrero, pero son abrumadoras las pruebas sobre la implicación de Washington en el magnicidio que abrió las puertas a la transición.
La segunda reconducción, en 1981, cierra la primera etapa de la transición. Como vamos a comprobar a l o largo de la Escuela, Adolfo Suárez se había convertido también en otro obstáculo para la ejecución delos planes de Washington en España.
Suárez, el hombre que había ocupado un lugar clave en la transformación del régimen, cumpliendo en lo fundamental con los designios norteamericanos (aunque saltándose a veces el guión), se resistía a acatar la exigencia norteamericana para una inmediata incorporación de nuestro país a la OTAN. Y desde la presidencia del gobierno impulsó una política exterior autónoma que chocaba cada vez más abiertamente con los intereses de EEUU.
Vamos a demostrar en esta Escuela como EEUU impone en 1981 una reconducción de la vida política española, para adecuar el rumbo del país a sus necesidades e intereses hegemonistas.
Las dos reconducciones y sobre todo sus diferencias, evidencian lo que nuestra línea planteaba en 1978: “La transformación del fascismo en un nuevo régimen de dominio de la oligarquía, va íntimamente unida al reforzamiento de los lazos de dependencia y subordinación de nuestro país al imperialismo norteamericano”.
En la primera reconducción, EEUU debe recurrir a un actor “de fuera del régimen”, ETA, para remover el obstáculo y eliminar a Carrero. Aunque le régimen franquista ya está horadado por la intervención norteamericana desde 1953, Washington encuentra límites a su intervención en un aparato que sigue guar dando grandes cuotas de autonomía y en el que muchos de sus cuadros no ocultan su voluntad y determinación d e actuar de manera independiente a las exigencias norteamericanas (el propio Carrero será buena prueba de ello).
En la segunda reconducción, el nuevo régimen se ha construido bajo la
tutela norteamericana. Washington ya dispone de
suficientes elementos dentro del régimen -a su intervención en el ejército
y servicios secretos, se unen sus conexiones con los nuevos partidos, medios de
comunicación, organizaciones empresariales…-, y en la campaña de “acoso y
derribo” de Suárez no necesitará recurrir a un “actor externo”.
¿Qué tiene que ver esto con las “versiones oficiales” que a derecha y a izquierda se nos ofrecen sobre la dimisión de Suárez o el intento de golpe del 23-F?.
Absolutamente nada.
Desde los círculos de la derecha explican la dimisión de Suárez por su incapacidad para controlar una situación cada vez más convulsa, unido a la inestabilidad que provocaba el malestar de los cuarteles y el permanente “ruido de sables”. Desde la izquierda se llega, como mucho, a denunciar la responsabilidad de Juan Carlos I en el intento de golpe, acusándole de ser “el alma del 23-F”.
Ambas “versiones oficiales”, de derechas y de izquierdas, ocultan al “director de orquesta”. Utilizan diferentes argumentos para borrar que somos un país dominado y dependiente, en el que ningún acontecimiento importante sucede sin la intervención de la superpotencia norteamericana. Eliminan la contundente realidad, avalada por los hechos, de que, en 1973, en 1981 y en 2021, Washington impone que el rumbo del país se ajuste a sus necesidades e intereses, reconduciéndolo por la fuerza si es necesario.
Este, el de la intervención norteamericana durante la transición, no es un caso excepcional. Forma parte de los mecanismos estructurales con que EEUU impone sus intereses en los países bajo su dominio. Ellos mismos lo reconocen.
Zbigniew Brzezinski fue consejero de Seguridad Nacional durante la presidencia de Carter, y uno de los principales asesores de Obama en política exterior. Junto con Kissinger, hablamos de uno de los principales estrategas de la superpotencia de las últimas décadas. En su libro “El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”, formula de forma abierta como la superpotencia impone por la fuerza su dominio imperial.
-Brzezinski establece que Washington debe “ formular políticas específicas estadounidenses para desviar, cooptar y/o controlar a esos Estados, para preservar y promover los intereses vitales estadounidenses”. EEUU diseña proyectos para cada país –“formula políticas específicas estadounidenses”-. Y lo hace para “desviar, cooptar y/o controlar a esos Estados” . En aquellos países que ya han sido “cooptados y/o controlados” -es decir dominados e intervenidos-, EEUU puede trabajar de forma activa para “desviarlos”, reconducir el rumbo del país cuando éste no se ajusta a sus necesidades.
-¿Y cómo impone EEUU estas “reconducciones”?. Brzezinski señala explícitamente como “el poder global estadounidense pone un énfasis en la técnica de cooptación (como en el caso de los rivales derrotados: Alemania y Japón y, recientemente, incluso Rusia) mucho mayor que el que ponían los viejos sistemas imperiales. Asimismo, se basa en una medida importante en el ejercicio indirecto de la influencia sobre elites extranjeras dependientes”. Es decir, EEUU interviene directamente en las élites nacionales de los países bajo su dominio -clase dominante, cuadros del Estado…-, las “coopta” -convirtiéndolas en “hombres de Washington”-. En estas palabras de Brzezinski está la explícita confesión de uno de los principales estrategas norteamericanos, dando paradójicamente la razón al marxismo cuando establece el concepto de “dependencia orgánica” como clave de bóveda del dominio de la superpotencia, con su capacidad para imponer reconducciones forzosas en países formalmente soberanos.
La “dependencia orgánica” es un nuevo rasgo del hegemonismo, fruto de la concentración del poder político y militar en manos de las superpotencias.
Definimos como “dependencia o vinculación orgánica” al hecho de la intervención imperialista desde dentro de los propios estados dominados, para asegurar que las decisiones económicas, políticas, militares, … sigan un curso acorde a los intereses hegemonistas o, en caso necesario, a su capacidad de reconducir dichas decisiones en una dirección favorable a sus intereses.
La base de esta capacidad de intervención radica en el control directo que el hegemonismo mantiene sobre los aparatos fundamentales de Estado (ejército, servicios secretos, policía, gobierno, instituciones del Estado…) inundados de hombres troquelados y/o cooptados por el hegemonismo para mantenerse fieles a los designios de la superpotencia y colocados en los centros nucleares del poder. Dominio que a su vez se completa con el control que ejercen sobre las cúpulas de las principales fuerzas políticas y medios de comunicación.
No es un control “desde fuera” por presiones económicas o diplomáticas, sino una dependencia orgánica que afecta a los centros nodulares del Estado.
Se gestan élites dependientes que constituyen un auténtico “Estado Mayor”, vinculado directamente a lo s centros de poder hegemonista e incrustado en el corazón de los Estados intervenidos. Y que son las encargadas de asegurar que el discurrir de la vida política de los países bajo su órbita no se sale del rumbo mar cado por Washington y de sus designios.
Podemos ver expresada esa “dependencia orgánica” en la llamada “red Gladio”, levantada durante la Guerra Fría en Italia, construyendo un auténtico “para-Estado”, por encima del Estado italiano y directamente vinculado a Washington, asegurando –aunque eso supusiera asesinar al primer ministro, Aldo Moro- que el rumbo de la política italiana se ajustaba a las necesidades norteamericanas.
Y explica el “caso español”, con élites nacionales absolutamente dependientes y troqueladas por Washington. Desde el “reflotamiento” en España del PSOE durante la transición, a través de la inyección masiva de dinero de la CIA, utilizando como instrumento a la Fundación Ebert alemana. A la vinculación directa del ejército y los servicios secretos con Washington. O los “programas” norteamericanos para “cooptar” hombres suyos en los medios de comunicación, justicia…
Esta “dependencia orgánica”,
agudizada bajo el nuevo régimen, ya construido bajo la tutela norteamericana,
es lo que permite a EEUU disponer de elementos suyos dentro del Estado, en sus
diferentes aparatos -militares, políticos, ideológicos…-, viga maestra desde la
que imponer reconducciones por la fuerza del rumbo del país.
(CONTINUARÁ).
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