¿Cuántas veces hemos escuchado que “Franco se murió en la cama”?. Bajo estas seis palabras se difunde toda una valoración sobre la transición, que nos impone una doble degradación, como país y como pueblo.
Se nos plantea que en España no fuimos capaces de liquidar el fascismo, como sí sucedió en el resto de Europa tras la IIª Guerra Mundial.
Y se acusa al pueblo español de haber “convivido” durante 40 años con el fascismo, permitiendo que falleciera por “muerte natural”, trasladando al nuevo régimen una impronta que lastra nuestra democracia.Vamos a comprobar como esta visión, ampliamente difundida, es sencillamente falsa. El régimen fascista estaba condenado a desaparecer mucho antes de la muerte del dictador, sentenciado por el empuje de una lucha del pueblo español que alcanzó una dimensión inédita en la historia de las dictaduras.
Lo realmente sorprendente es que el foco principal desde donde se difunde esta mirada hacia la transición, que borra de nuestra conciencia la enorme fuerza e influencia de la lucha popular, no está en la derecha sino en las élites de la izquierda.
Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, afirma que la transición tuvo su base social en “unos sectores populares cuya aspiración era convertirse en clases medias”. Y un factor clave que condicionó su desarrollo: “tras cuarenta años de terror, el miedo fue un operador político fundamental”.
Una línea de pensamiento que ya encontramos en las valoraciones planteadas en plena transición por Santiago Carrillo, entonces secretario general del PCE, que remarca la existencia de “un pueblo traumatizado por la derrota en la Guerra Civil y por 40 años de terrorismo de Estado”.
Los principales dirigentes de la izquierda, hoy y hace 50 años, vuelven a coincidir en presentarnos una transición donde la debilidad del pueblo determinaba lo que la izquierda podía hacer. Pablo Iglesias encierra la transición en la “correlación de debilidades” entre “unas élites del franquismo que carecían de legitimidad pero tenían casi todo el poder”, y “unas élites de la oposición democrática que tenían solo legitimidad”. Alberto Garzón, actual líder de IU, afirma que “Carrillo se equivocó al apostar por la moderación, pero la relación de fuerzas era la que era, la posición de la izquierda durante la transición no era de fuerza, las circunstancias de nuestro país impidieron una ruptura con la dictadura”. Mientras que el propio Carrillo planteaba que “la lucha de obreros, estudiantes e intelectuales solo consiguió movilizar a una minoría”, concluyendo que “si se hubiera planteado en la transición la exigencia de responsabilidades históricas no se hubiera coronado con éxito”.
En lo que coindicen -Pablo Iglesias,
Alberto Garzón y Santiago Carrillo- es en ofrecernos una “versión oficial de izquierdas” sobre la transición, basada en dos ejes:
1.- La lucha antifascista estaba reducida a círculos minoritarios, y no jugó un papel determinante en la transición, mientras la mayoría del pueblo estaba sometido por el miedo y aspiraba tan solo a mejorar sus condiciones de vida.
2.- La izquierda se encontraba en una
posición de debilidad, frente a la fortaleza del régimen fascista, lo que, más allá
de que se excedieran en su “moderación”, limitaba enormemente las posibilidades de cambio.
Vamos a demostrar como la realidad de la transición fue otra muy diferente. Contraponiendo a la “versión oficial de izquierdas” la posición desde donde nuestro Partido valoró -ya en una fecha tan temprana como 1974- este periodo histórico.
Desarrollo:
1º).- La lucha del pueblo español adquirió, una amplitud, intensidad y radicalidad extraordinarias y fue el factor principal que condujo al fascismo a su quiebra definitiva, haciendo imposible su continuidad.
Siendo su punto álgido los años setenta, la lucha popular estaba encabezada por la clase obrera pero participaron todas las clases del país, incluso aquellos que habían sido base social tradicional del franquismo.
2º).- El protagonismo de la lucha popular tuvo una enorme influencia en el desarrollo de la transición siendo capaz de obtener importantes victorias.
Tuvo capacidad de hacer fracasar varios de los proyectos más reaccionarios que intentaron imponerse en el proceso de cambio de régimen y obligó a los “programadores de la transición”, la superpotencia norteamericana y la oligarquía española, a ir mucho más allá de lo que tenían previsto en el marco de libertades y derechos del nuevo régimen.
TESIS 1:
Vamos a utilizar como material de estudio el “Arma del Pueblo nº 1”, publicada en diciembre de 1974. Es el “órgano político del Comité de Dirección de Unificación Comunista”, editado todavía en la clandestinidad.
Arma del Pueblo Nº 1 (1974)
EL FASCISMO EN CRISIS, SUS PRESUNTOS HEREDEROS
Un hecho se puede constatar con toda claridad hoy en día en nuestro país: el régimen fascista de Franco ha entrado en la crisis más grave, con mucho, de sus 35 años de existencia. Esta crisis no se puede entender sino como el resultado de una serie de factores que han alterado sustancialmente la correlación de fuerzas resultante de la guerra civil entre las distintas clases que componen la formación social española. Correlación de fuerzas de la que el régimen fascista de Franco ha sido su expresión política.
Estos factores son varios y están íntimamente relacionados: las luchas populares se extienden y elevan su nivel de combatividad. Las luchas obreras, bien por defender sus intereses económicos, bien por defender sus intereses políticos inmediatos están alcanzando un grado desconocido desde el periodo que se inicia con las grandes huelgas de los mineros asturianos en el 62. Las huelgas ya no se suceden, se agolpan. Cada día la prensa trae la noticia de miles de obreros en huelga a lo largo de toda España. Algunas veces se llega a enfrentamientos callejeros con la policía (manifestación de los 5.000 obreros de FASA-RENAULT en Valladolid). Otras veces la solidaridad se extiende de forma imparable (17.000 en paro en el Baix Llobregat).
A la vez, otros sectores del pueblo reactivan sus luchas (Universidad) y se solidarizan con las luchas obreras (manifestación de obreros de SEAT y estudiantes por las calles de Barcelona, manifestación de obreros y estudiantes por la Gran Vía madrileña), o irrumpen en el movimiento popular con un vigor no mostrado hasta ahora (lucha de los pequeños y medianos campesinos: “guerras” del pimiento, de la leche, de los olivareros, etc). Huelgas ante la ley General de Educación entre licenciados, la reciente huelga de los MIR en los hospitales etc. En estas luchas el pueblo percibe los intereses comunes que existen entre la clase obrera y otros sectores populares y toma actitudes solidarias (caso de los pequeños y medios campesinos murcianos que luchan contra los precios monopolistas impuestos por las centrales conserveras y son apoyados por la clase obrera de la región; el caso paralelo de Vigo y Pamplona en el que numerosos sectores de la burguesía urbana se suman a la huelga iniciada por la clase obrera, llegándose prácticamente a una huelga general).
Afianzamiento de las organizaciones marxistas leninistas y revolucionarias y retroceso de la influencia revisionista. El heroico desarrollo de las organizaciones marxistas leninistas y revolucionarias en la más dura clandestinidad, han arraigado entre las masas, muchas de ellas se han consolidado en posiciones marxistas leninistas y han logrado poner en pie una sólida estructura organizativa que la represión policial no es capaz de desarticular. Estas organizaciones han hecho retroceder en gran manera la nefasta influencia del revisionismo entre el pueblo, aunque esta influencia es aún muy importante.
Por otro lado el régimen fascista ha ido perdiendo su base social. Clases y sectores que en sus comienzos le eran adictos, (pequeño campesinado castellano, parte de la pequeña burguesía urbana en algunas zonas) o que mantenía neutralizadas (sectores de profesionales, pequeñas burguesías de las nacionalidades oprimidas) han pasado como consecuencia del desarrollo de la política económica de los monopolios, que daña sustancialmente los intereses de estos sectores y del mismo deterioro ideológico del régimen, a oponérsele activamente, o cuando menos a distanciarse claramente de él. La actitud de estas clases viene reforzada por el nuevo giro que la Iglesia española está tomando: La Iglesia ha sido uno de los puntos de apoyo ideológicos clave del franquismo y ahora, ante lo incierto de su provenir, pretende sacudirse y hacer olvidar como sea sus íntimas relaciones en estas tres décadas con el régimen del 18 de Julio.
Estos hechos muestran que el fascismo ha perdido netamente el espacio social dentro del que podía moverse, hasta quedar reducido casi a la propia maquinaria del estado y a todo aquello que medra a su sombra.
La guinda al pastel de la crisis del fascismo vienen a ponerla dos hechos más, uno la crisis económica, otro la inmediata desaparición física del Dictador.
Este conjunto de circunstancias han puesto al fascismo en una situación extremadamente difícil. Ante la creciente rebelión popular no puede utilizar otra cosa que su maquinaria represiva. Pero con el funcionamiento “normal” de la PP, de los Tribunales y de las otras fuerzas armadas (GC, PA) ya no dan abasto. No se trata ya de pequeños grupos semindefensos o de luchas esporádicas, sino de organizaciones curtidas y de luchas cada vez más extendidas y en creciente auge. Ahora el fascismo tendría que utilizar toda la fuerza de su aparato represivo, de sus estados de excepción y de sus fuerzas militares; es decir, volver 20 o 25 años el reloj de la historia, pero los relojes históricos no se manejan tan fácilmente como los de pulsera.
Diversos sectores sociales, hasta ahora adormecidos, que han estado en la órbita del régimen, han empezado a agitarse. Los políticos que los representan hormiguean, se mueven y tratan de tomar posiciones ventajosas ante lo que cada cual entiende que va a ser (o quiere que vaya a ser) la España de “después de Franco”.
De una manera u otra todos entienden que la vida del régimen del 18 de julio está entrando en su fase de liquidación. El avance galopante de los conflictos en las fábricas, en los barrios, la agitación endémica en la universidad y entre otros sectores profesionales expresan una sola cosa, lo que ya es clamor generalizado: Un NO rotundo al fascismo. Se diría que estamos en las puertas de uno de esos momentos en que los de arriba no pueden gobernar como antes y los de bajo no quieren seguir siendo gobernados de la misma forma.
En el interior, como hemos visto, su antigua base social tiende hacia posiciones democráticas y no permitirían ser movilizados para una nueva carnicería contra el pueblo trabajador. En el exterior el ascenso del movimiento obrero en las democracias europeas y la caída de los regímenes fascistas gemelos de Portugal y Grecia, le paraliza un paso de este tipo, cuando en gran medida la suerte económica de la oligarquía se apoya en los intercambios con Europa (emigrantes, turismo y comercio).
El fascismo ha apostado por una supuesta “huida hacia delante” sabiendo que la inmensa mayoría del pueblo, incluso gran parte de sus antiguas bases de apoyo social, rechazan cada vez más activamente el régimen fascista y quieren el restablecimiento de las libertades democráticas.
¿Qué ideas principales nos ha planteado este análisis publicado en 1974?.
1.- La magnitud del movimiento de lucha
popular que se despliega en España desde principios de los años setenta, bajo condiciones de fascismo,
nos es absolutamente desconocida. Su columna vertebral es el movimiento obrero más
organizado y combativo de Europa.
Una nueva clase obrera, que el propio desarrollismo franquista impulsa, se convierte en uno de los principales protagonistas políticos de la transición. Ha desarrollado un nuevo movimiento obrero, organizado a través de las “comisiones obreras”, cuya combatividad alcanza su cénit en los últimos años del franquismo.
En 1976 se realizan en España una media de diez huelgas diarias. En ellas participan, en su punto más alto, el 40% de toda la población ocupada. Y esta es una pequeña parte del conjunto de movilizaciones obreras. Solo en 1975 se contabilizan 40.000 conflictos laborales.
Estos son datos que corresponden a un periodo donde el derecho de huelga solo es reconocido parcialmente en 1977. Y en el que la represión se abate especialmente sobre el movimiento obrero.
A pesar de ello, la movilización obrera crece exponencialmente. En 1974 el número de huelgas, de huelguistas y de horas perdidas en conflictos laborales es diez veces mayor que en 1963.
Y esta sostenida por un extraordinario grado de organización. Comisiones Obreras declaraba en 1976, en la clandestinidad, hasta 200.000 afiliados. En 1977 y 1978, con su legalización, los sindicatos en España llegan a agrupar 5 millones de afiliados, prácticamente el 50% de los trabajadores.
A principios de los años setenta, el movimiento obrero se ha convertido en una fuerza imparable y en ascenso que el régimen fascista es incapaz de detener.
Las movilizaciones se extienden por todo el país, incluso en zonas donde no se habían registrado conflictos importantes desde 1939. Las huelgas en las grandes empresas se prolongan durante meses, pero la lucha y organización se extiende desde la industria a actividades hasta entonces poco conflictivas.
Irrumpen fenómenos de dimensiones antes impensables, como las huelgas generales que paralizan polígonos, ciudades y provincias enteras, en Vizcaya, Pamplona, El Ferrol, Vigo, Sabadell, las tres huelgas consecutivas en el Baix Llobregat, corazón de la gran industria catalana, o la huelga general que en 1976 sacude el cinturón industrial de Madrid, que obliga a intervenir al ejército.
2.- Desde finales de los sesenta se constituye en España el movimiento marxista-leninista y pensamiento Mao Tse Tung con más arraigo entre las masas, más capacidad de dirección de luchas y más potente de Europa.
Entre 1967 y 1975, al calor de la Revolución Cultural china, se fundaron en nuestro país 87 partidos comunistas, entre ellos Unificación Comunista de España.
No se trató de un movimiento reducido a élites muy radicalizadas, sin capacidad para influir en la situación política. Por el contrario el número de militantes de estos partidos llegó a rondar los 40.000 en toda España, constituyendo el movimiento marxista-leninista más numeroso de Europa. Tenían la dirección sobre sectores de la clase obrera, eran capaces de dirigir con éxito huelgas en las que participaban decenas de miles de personas, dominaban la universidad y la enseñanza, y disputaban al PCE su dirección sobre el movimiento de masas antifranquista en fábricas, barrios, pueblos, universidades, CCOO, asociaciones de vecinos...
A partir de finales de los años sesenta se quiebra la hegemonía del PCE en un movimiento estudiantil cuya lucha pasa a estar dirigida por las organizaciones marxistas-leninistas y pensamiento Mao Tse Tung, que se ganan el apoyo de las masas en asambleas multitudinarias.
Partidos comunistas revolucionarios le disputan la dirección de CCOO al PCE, ganando presencia, gracias al apoyo de las masas, en las estructuras de dirección local o de base. Y consiguen dirigir algunas de las movilizaciones obreras más importantes, que rebasan la dirección reformista impuesta por el PCE. Son capaces de convocar en Navarra y Guipúzcoa una huelga general en solitario en 1974, y en 1976 participan de forma destacada en la dirección de las históricas movilizaciones en el Baix Llobregat o en Vitoria.
A pesar de no estar todavía legalizados -por lo que deben presentarse bajo otras siglas- los partidos marxistas leninistas y pensamiento Mao Tse Tung obtienen en las primeras elecciones de 1977 más de medio millón de votos, que se duplican, hasta superar el millón, en 1979. Aunque no obtendrán representación en el Congreso o el Senado, vistos de conjunto constituyen la quinta fuerza en número de votos. Y en las primeras municipales y autonómicas alcanzarán 2.002 concejales, 91 alcaldías y 14 diputados provinciales.
3.- La oleada de movilizaciones que estalla desde 1970 se extiende a todas las clases y sectores populares, incluyendo a aquellos que habían sido base social tradicional del régimen, conformando un poderoso movimiento de lucha que teje múltiples lazos de unidad.
No hay un solo sector -desde los de mayor tradición de lucha hasta los históricamente más conservadores- que no se rebele contra el fascismo, que no participe del torrente de lucha popular.
Tanto la Universidad como la Enseñanza media se convierten en un foco de agitación revolucionaria y de inestabilidad permanente para el régimen. En muchas facultades y centros de bachillerato en los años 70 se van a dedicar tantas horas a asambleas, huelgas y manifestaciones como a clases. El régimen se verá obligado a suspender los cursos y cerrar universidades ante la extensión y radicalización de las luchas. La policía tiene que saltarse la autonomía de los recintos universitarios para entrar en ellos sin permiso del decano o el rector... Las movilizaciones agrupan a estudiantes y profesores o PNNs -profesores no numerarios-, unen la lucha contra leyes educativas reaccionarias y la lucha política antifascista, se desarrolla una creciente unidad entre las movilizaciones de estudiantes y las obreras. Entre amplísimos sectores de la juventud, el marxismo es la ideología “de moda”, y es en este sector donde van a cobrar más fuerza las organizaciones revolucionarias.
En los barrios populares, ampliados al calor del desarrollismo y el éxodo rural, y que son en muchos casos simples “contenedores” de fuerza de trabajo que carecen de los servicios más mínimos, se multiplican las luchas. Organizando Asociaciones de Vecinos, en la mayoría de los casos impulsadas por los partidos de izquierdas, que se convierten en poderosas organizaciones de masas capaces de encabezar importantes luchas, y donde se forja una generación de líderes populares.
Es en estos momentos, en pleno fascismo, cuando se crean o ganan nuevo impulso, algunos de los movimientos de lucha más importantes en la actualidad.
Va a nacer un nuevo movimiento feminista, dando lugar a múltiples organizaciones, que unen la lucha antifascista con la denuncia de las leyes que someten a la mujer -persecución del adulterio, solo en el caso de la mujer, la necesidad de autorización del marido incluso para abrir una cuenta bancaria…-.
También el movimiento LGTBI hunde sus raíces en el torrente de lucha antifascista. En 1970 se crea en Barcelona la primera de sus organizaciones, el Movimiento Español de Liberación Homosexual. Y en 1975 el Front d´Alliberament Gai de Catalunya organiza la primera manifestación.
En Euskadi y Cataluña crece la lucha por los derechos de las nacionalidades, que recibe el apoyo del conjunto del pueblo español. En 1977, una inmensa manifestación, con más de un millón de personas, recorre Barcelona bajo el lema “Llibertat, Amnistia i Estatut d´Autonomia”.
La penuria de los precios agrícolas impulsa la combatividad en las zonas rurales. También en aquellas con un mundo rural históricamente más pasivo y conservador. Las organizaciones agrarias, ya no controladas por el régimen, se extienden. Y nuevas formas de lucha -las “guerras agrarias” y las “tractoradas”- hacen su aparición. En 1977 impulsan una gran movilización nacional, la “guerra de la patata”, donde en provincias como Logroño, Álava, Palencia o Navarra participan el 72% de los agricultores.
La influencia del movimiento de lucha popular va a penetrar incluso en la Iglesia. Surge la figura del “cura obrero”. En 1973 al 10,6% de sacerdotes se le atribuye un “activismo anti régimen contrastado”.
Organizaciones como la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o las JOC (Juventudes Obreras Cristianas) se vinculan a la lucha del movimiento obrero. Incluso sectores de cristianos de base se radicalizan hasta participar en la formación de partidos comunistas revolucionarios, como la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores).
Desde el Vaticano, se impone el distanciamiento de las altas jerarquías de la Iglesia respecto a un régimen fascista decrépito y próximo a su final. Una maniobra que culmina en 1971 colocando a la cabeza de la Conferencia Episcopal al aperturista Monseñor Tarancón.
4.- En cada uno de los momentos claves de la transición, la lucha popular irrumpe como un protagonista capaz de influir en el desarrollo de los acontecimientos.
La idea de que el movimiento de lucha popular en la transición fue admirable, derrochando entrega y combatividad, pero con una muy limitada o nula influencia, es sencillamente falsa.
-Tras la muerte de Franco, la combatividad del movimiento obrero va a imponer a la oligarquía y al capital extranjero el marco laboral más favorable al trabajo de las últimas décadas.
En abril de 1976, el “franquista” gobierno de Arias Navarro aprueba la Ley de Relaciones Laborales, donde se reconoce el mayor nivel conocido de derechos conquistados por los trabajadores, prohibiendo el despido libre.
Mientras en el conjunto de la “Europa democrática” los salarios eran recortados, en España su poder adquisitivo se incrementó un 7,5% en 1974 y 1975. Es durante estos años cuando se alcanza el máximo peso de los salarios en el PIB nacional. Las remuneraciones de los trabajadores se elevan desde el 61% del PIB en 1961 al 67% en 1975; 20 puntos más que en la actualidad (47%).
-La lucha popular hace fracasar las alternativas políticas más reaccionarias de la oligarquía y el hegemonismo norteamericano.
El 12 de febrero de 1974, el presidente del gobierno, Arias Navarro, anuncia la “apertura” del régimen. Para finales de año, ese intento de prolongar la dictadura con un simple “lavado de cara” ha fracaso. Se ha desarrollado un movimiento de lucha de masas sin precedentes hasta entonces bajo el fascismo por su profundidad y amplitud, en el que participan la práctica totalidad de las clases y sectores populares.
El siguiente intento lo encarna Fraga. Aspira a dirigir el cambio de régimen hacia una “democracia fuerte”, con derechos y libertades restringidos, en la que se limitara el campo de actuación del movimiento obrero y la izquierda revolucionaria. Tal y como Konstantinos Karamanlis había ejecutado con éxito en Grecia.
Otra oleada de lucha obrera y popular, más amplia y radicalizada que la anterior, lo va a echar al traste. En el cinturón industrial de Madrid una enorme huelga general obliga al gobierno a militarizar la Renfe, el metro y Correos. La puntilla llegará con los “sucesos de Vitoria” en marzo de 1976. Los trabajadores del metal llevan más de dos meses de huelgas y manifestaciones exigiendo aumentos salariales, con un apoyo total de la población. La policía rodea, aísla y ametralla una asamblea de 5.000 trabajadores reunida en una iglesia de la ciudad. Cinco trabajadores son asesinados. La furia popular se desata. Provocando la caída del gobierno de Arias Navarro y hundiendo la imagen de Fraga, entonces ministro del Interior.
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