Con el objeto de poder comprender la España de hoy
para formular alternativas que sirvan a los intereses populares nos hemos adentrado hasta ahora en estudiar tres
periodos: el fascismo hasta la voladura de Carrero, la primera transición hasta la aprobación de la Constitución y la
segunda etapa hasta el golpe del 23-F y sus consecuencias.
En esta fase vamos a analizar los gobiernos de Felipe González, desde su
arrollador triunfo en 1982, hasta su
sustitución por Aznar en 1996,
14 años después.
Pero antes de entrar en este periodo vamos a
sintetizar cuáles son las principales conclusiones que hemos extraído de lo estudiado hasta ahora. Qué
características tiene desde su origen el Régimen del 78, quiénes fueron sus progenitores,
con qué objetivo se acometió la transformación y con qué
resultados.
En síntesis
podríamos decir que:
El Régimen del 78 es el resultado del proyecto de la oligarquía financiera española y el
imperialismo yanqui (iniciado a
principios de los años 70) que tuvo como objetivo “cambiar de régimen político para garantizar la continuidad del Estado”.
El resultado obtenido pese a las dificultades y reveses sufridos por el camino (principalmente provocados por la
lucha popular) ha sido el de fortalecer
el dominio de la oligarquía y el
imperialismo sobre el resto de clases y aumentar la capacidad de intervención del imperialismo norteamericano sobre nuestro país.
Fue la lucha popular la que colocó en quiebra al régimen fascista y obligó a los que se servían de él a buscar su recambio.
Frente a la idea ampliamente difundida de que el dictador murió tranquilo en su cama, la realidad es que su régimen estaba muerto y el artífice fue la lucha del pueblo español de una amplitud, intensidad y radicalidad extraordinarias (en condiciones de dictadura) la que condujo al fascismo a su quiebra definitiva haciendo imposible su continuidad. Una lucha encabezada por la clase obrera pero en la que participaron todas las clases del país.
Su influencia fue tal que obligó al franquismo a abolir el despido libre, e hizo fracasar las alternativas más reaccionarias del hegemonismo y la oligarquía (personificadas en Arias Navarro o Fraga). Y obligó a los “programadores de la transición”, la superpotencia norteamericana y la oligarquía española, a ir mucho más allá de lo que tenían previsto en el marco de libertades y derechos del nuevo régimen.
2º.- La “transición democrática”, es decir, la transformación del régimen fascista por un régimen democrático burgués, fue un proyecto de la oligarquía española y el imperialismo norteamericano. Y su objetivo fue cambiar el régimen para fortalecer su dominio de clase.
Ya en 1978, nuestra línea afirma que la transición está impulsada por “el sector hegemónico de la oligarquía financiera, ligado por estrechos vínculos económicos al imperialismo norteamericano”, y se realiza “bajo la orientación política y apoyo del Estado Mayor norteamericano (el Pentágono)”.
El objetivo de la transición estaba determinado por
las necesidades del imperialismo norteamericano y la oligarquía española, que exigían sustituir un régimen fascista
en crisis, incapaz de contener el avance de la lucha popular, por uno nuevo, “democrático”, que pudiera integrarse
plenamente en la maquinaria militar norteamericana -la OTAN- y en el que su
dominio saliera fortalecido.
Concebir la transición como la disputa o el pacto
entre “las élites franquistas y de la oposición democrática” elimina a las clases que entonces y ahora
tienen el poder, y su intervención durante la transición y en la actualidad para imponer sus
necesidades, intereses y proyectos.
3º.-
La línea del Iº Congreso de UCE, celebrado en 1978, anticipa con exactitud lo que sucederá en las décadas siguientes: “La tendencia en la actualidad es a que el imperialismo norteamericano secuestre cada vez más la independencia y la soberanía nacional”.
Nuestro grado de dependencia respecto a
la superpotencia, en el terreno militar, político y económico, no ha hecho sino crecer, y sigue haciéndolo.
Paralelamente, la transición permitió a los nódulos principales de la oligarquía -los propietarios de la gran banca y los principales monopolios- fortalecerse y elevar tanto su dominio político como el grado de saqueo y expolio que imponen al país y a la población.
4º.- La superpotencia norteamericana dirige el desarrollo de la Transición imponiendo auténticas “reconducciones” para forzar un cambio de rumbo del país y ajustarlo a sus necesidades e intereses.La desaparición física de Carrero Blanco abre el camino hacia el cambio de régimen en los términos que EEUU necesitaba. La eliminación política de Suárez permite acelerar nuestra incorporación inmediata a la OTAN.
Cada una de esas reconducciones expresan el creciente grado de intervención norteamericana sobre España.
En
la primera -el asesinato de Carrero-, EEUU debe recurrir como brazo ejecutor a
un actor “de fuera del régimen”
-ETA-. En la segunda, el acoso y derribo de Suárez, el nuevo régimen se ha construido
bajo la tutela norteamericana,
Washington ya dispone de suficientes elementos dentro del régimen y no
necesitará recurrir a un “actor
externo”.
Los hechos evidencian que, en 1973, en 1981 y en 2021,
Washington impone que el rumbo del país se ajuste a sus necesidades e intereses, reconduciéndolo por la fuerza si es necesario.
El pueblo, su lucha y organización, fue un
protagonista de la transición. Colocó en quiebra al régimen fascista, imponiendo la necesidad de su
recambio. Hizo fracasar las alternativas más reaccionarias, obligando a llevar el ámbito de derechos y libertades
en el nuevo régimen mucho más allá de lo previsto inicialmente. Y arrancó importantes victorias en terrenos
cualitativos, desde la prohibición del despido libre a subidas salariales hoy impensables.
Fueron las direcciones del PCE o el PSOE las que
recondujeron la lucha popular limitándola a “traer la democracia” -en los mismos términos que interesaban al
hegemonismo y la oligarquía-, imponiendo para ello el abandono de cualquier
aspiración de
transformaciones sociales y económicas profundas.
A su vez, España podía haber ganado autonomía y voz propia en el mundo, aprovechando todas sus potencialidades globales, pertenencia al mundo hispano, especial conexión con el mundo árabe, privilegiada situación geoestratégica, la política exterior de Suárez así lo puso de manifiesto.
Por el contrario, se impuso, por la fuerza, que España
debía abandonar cualquier pretensión de autonomía, imponiendo como “regla de oro”, que hoy sigue vigente, un férreo
encuadramiento en los planes y proyectos de
la superpotencia.
Estos puntos fuertes -que, como hemos estudiado anteriormente, están corroborados por los hechos- se enfrentan a las visiones dominantes que a derecha e izquierda se nos ofrecen sobre la transición, limitándola al tránsito de la dictadura a la democracia.
Estas “versiones oficiales” coinciden en ocultar a los auténticos directores de la transición, las fuerzas de clase que la dirigieron y acabaron imponiendo sus intereses, el objetivo real que perseguía y los pilares que estableció y siguen determinando lo que hoy sucede en nuestro país.
Cuando se afirma que hay que tumbar el Régimen del 78 porque es el heredero del Régimen franquista se está ocultando la verdadera naturaleza del régimen actual; una democracia burguesa que es en realidad una dictadura de la oligarquía financiera española aliada y dependiente del imperialismo norteamericano y en la que el papel director de este último hace del nuestro un país cada vez más dependiente de la superpotencia.
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